sábado, 11 de noviembre de 2017

Altar 1. Todo esto me parece una patraña, una mentira, una gran fábrica que podría seguir funcionando si decidiese irme. Esta poderosa maquinaria es gris e invisible, pero yo siento su enorme peso en mis espaldas. Me ahoga y mis lágrimas se convierten en lluvia ácida que corroe las calles, recorriendo el asfalto y muriendo en los barrotes de las alcantarillas.
 
Altar 2. Me levanté gradualmente, abriendo los ojos y después apoyando los pies en el suelo, frío como el mismo invierno que empezaba a azotar las calles de la ciudad. De un momento para otro me fundí, empecé a ser manta, espejo, sofá, mármol, el vidrio que atravesaban los primeros rayos de luz. No me distinguía de nada, todo eran extensiones de mi mismo que se derramaban hasta los rincones mas inhóspitos de la casa, haciendo remolinos entre si y tragándome en una marea liquida y amorfa, provocándome un dolor de cabeza intenso debido a que todo, absolutamente todo, era mi cabeza. No me reconocía, pues todo lo que me rodeaba estaba en el mismo plano visual y me resultaba imposible discernir los objetos de mi persona, emborrachándome de imágenes que en aquellos momentos era incapaz de interpretarlas y que por lo tanto, se adherían a mi inconsciente demente, quedando fuertemente ancladas en un universo atemporal pero fluido, que me acariciaba murmurando que no era nada, que solamente era un pedazo de carne vulnerable en todos y cada uno de los sentidos, que lo que allí hacia contorsiones todo el tiempo era nada mas y nada menos que el limite que yo había marcado con una fina línea de aire que se había convertido en carbono.

lunes, 6 de noviembre de 2017

Sin título



Trece prístinas razones.

Ocho conllevan demencia.
Nueve son como las coliflores;
verdes, frescas, se antojan esmeraldas
repletas de blanco cerebro.

Trece gusanos reptando, como expectantes.
Una bombilla que relampaguea.
Y el frío desapareciendo por la rendija
de la habitación.

Ocho angustiosas palabras,
concatenadas,
verdes, frescas, se antojan esmeraldas.
Queda vacío el patíbulo.

Trece puertas diferentes.
Ocho con pestillo, expectantes;
de ser abiertas, de ser entornadas.

Cuatro dedos magullados,
como enganchados a una mano triste;
siempre izquierda.

Dos esmeraldas descansan,
bajo la noche impávida,
se recogen canciones que hablan
de fatigas, amputaciones y mentiras.

martes, 10 de octubre de 2017

Tratamiento 1. No depender de nadie, ni siquiera de tu mismo. Desatarte del cuerpo que te mantiene anclado al suelo y a la rutina que te domestica, empezar a nadar en tu animalidad para terminar a la deriva del cansancio. Activar los sentidos, ponerlos a toda potencia hasta que se diluyan entre si, convirtiéndote en marea indomable, escurridiza, imposible de coger, de beber, de amoldar. Que el miedo y el placer se confundan, que el odio y el amor se pronuncien en una sola palabra. Arrancar las etiquetas que ponen nombre a esa mierda que acaba siempre siendo tu mismo. Esta brecha que piensas que esta pero que no esta, porque nada le da coherencia a tu desorden mental y simplemente dices que estas en un vacío, como los silencios casi imperceptibles que se producen en las melodías de las canciones, silencios imprescindibles, pues sino la canción  seria el mas ensordecedor pitido. Y tratas de perderte aun mas, de esnifar palabras de otros que te atontan y te dejan tambaleando entre sonrisas y cortesías, te enredas, y te caes esperando a que no te coja nadie. Pero es que siempre hay alguien que te ofrece la mano. Esto es lo peor para un loco. Un punto, una referencia, una conexión con otra vez este juego de mascaras y mimeces que tanto te agobia, que tanto te oprime. Esta mano que se mete retorcida en tu cabeza, urga dentro y junta tu cuerpo con tu supuesta alma. Maldito exorcismo, duele, te deja mas aturdido de lo que estabas.

Tratamiento 2. No necesito que digas que estoy loco. Necesito que pases de mi, que me ignores, pues no soporto ser lo que tus ojos ven. Es muy importante que entiendas que una persona esta loca solo cuando esta con mas gente. Sola es este magma del que antes hablaba, es pasión pura, pues  no hay más dialogo que con las emociones que corren en vena, siendo esclava de una mente que vete a saber donde queda en estos momentos. Así que haz como si no estuviera, pues ademas estoy demasiado atareado rindiendo culto a todo esto, dando vueltas como una peonza, deformando las leyes de la gravedad para usarlas a mi antojo. No, no te pienses que viene de dentro. Es que no se distingue ni dentro ni fuera, por eso estoy tan sensible, los arboles y las flores se agitan con los vientos de tonos psicodelicos, sin forma, que pasean por la tarde antes de  volver a casa. Ay la puta lógica. No asientas a mi delirio, se que no tengo tu aprovación. Ni tampoco tu disgusto. Me gusta la ambigüedad, el poder refugiarme entre disfraces de mármol gris que son tan sólidos como el sistema social que los sustenta, eso hace que te sea difícil juzgarme y tengas la necesidad de saber que hay dentro. Pero recuerda, dentro y fuera es lo mismo. Yo soy tu, en una de mis facetas, te absorbo con los puños cerrados y el alma rota, esperando a que seas la sustancia que pega lo impegable, pero olvido que soy agua y me vaporizo con el calor de tu cuerpo, flotando, leve, filtrandome por tu retina, reviviendo nuestra mierda tan nuestra.

sábado, 29 de julio de 2017

Decisiones



La incertidumbre se hace palpable con cada día que pasa
dilemas ataviados con respuestas insondables
recorren mi mente en busca de un descanso que no llega
en la sombra del árbol de la certeza.

Muchas han sido las acciones perpetradas
mediante conductas inocentes y taimadas
pero todas ellas han creado un  monstruo
que voces sin rostro bautizan como indiferencia.

Entre compases y redobles de tambores transcurren largas noches
y es que mis ojos yacen abiertos tras las cortinas
observando la luz que imperturbable penetra en la oscuridad
negra e invisible como el rocío en mañanas de sueño.

Acuciantes soluciones rebosan en los muros de mi mente
batiéndose en duelo con el miedo y la inseguridad
mas ninguna de ellas logra imponerse en esta batalla
que muchos ignoran pero que a mi ser acalla.

No existen caminos sencillos ni intransitables
así que amigo, unámonos y hagámoslo candoroso
con paso firme y hálitos de esperanza
para no mirar atrás y anclarnos en la nostalgia.

jueves, 15 de junio de 2017

No soy nada



Ni si me quiero contigo,

O me odio sin ti,

No se nada,

Dime si el recuerdo es lo unico que queda, 

Lo unico que es, 

Porque yo no soy     

                     nada,




Dime si yo me queria contigo o si te queria a ti, 

si te queria a ti. 

A ti queriendome o te queria a ti, sin ser quien me quiere. 

Por que yo hoy ya no soy      

                          nada.

miércoles, 7 de junio de 2017

QUIERO TODO ESTO Rai Gracco


Quiero escribir un texto en el que me refleje a la perfección, conseguir ese arte que consiste en hacer un espejo con las palabras... 

Quiero entender todo aquello que conozco de mi, asimilarlo, ordenarlo... y poder decir una palabra, aunque solo sea una, de la que pueda estar seguro que representa fielmente una parte de mí. Deseo no andar perdido, no encontrar silencios cuando intente explicarme. 

Y es por esto que vengo a decir que quiero hablar con el tono que refleje lo que siento cuando explico lo que me mueve, lo que me ataña... ¿Qué no te gusta mi tono, mi expresión, mi lenguaje? Pues aguántate o no me escuches, quiero ser pasión cuando hable, pues solo entonces hablare en serio. 

Quiero que se jodan los políticamente correctos, esos cobardes que les asusta todo lo auténtico, que les da miedo las consecuencias de vivir sinceramente, que se jodan todos aquellos que se odian a sí mismos, que temen mostrarse y ser odiados por los demás con la misma intensidad que se odian ellos... Quiero plantarme frente suyo y decirles sin palabras, con mi vida de ejemplo, que soy ese monstruo que ellos esconden tras una careta y buenos modales, y que ¡oh! ¡me encanta serlo! 

Quiero provocarles, sacar a paseo su rabia, pues es el único instante en que no controlan su farsa, quiero observar el hermoso espectáculo que supone el quitarse las caretas, quiero que nadie corre el telón para esconder a los actores tras finalizar su comedia. 

Quiero que teman mi mirada, incluso cuando me dicen que les gustan mis ojos… Se que les da miedo que vea el secreto que esconde ese individuo que muestran a todo el mundo, yo se que son conscientes de que veo a través de su mascara y de que huelo el miedo en ellos, ese miedo que aflora al amarme y temer que su ser real me resulte tan odioso como a ellos. Quiero que amen mis ojos y los necesiten para que, así, pese a temerla, no puedan eludir mi mirada. 

Quiero conservar esa actitud desenfadada aunque un tanto provocativa cuando hablo con extraños, recuperar lo que haya podido perder de ella con aquellos que quiero, pues mi fuerza consiste en ser auténtico, en no filtrarme casi nada... por eso no quiero volver a mentir a aquellos que amo, si algo me caracteriza es mi sinceridad; nunca me he sentido más incomodo que cuando le mentí a ella, quiero disculparme una vez más por ello, no supe hacerlo mejor, lo siento.  

Quiero aprender a amar, no quiero una teoría de cómo hacerlo, estoy harto de todos aquellos que dicen saber cuál es la mejor forma de amar, me harté incluso de mis propias teorías; quiero que mi amor sea como la habilidad del que trabaja la madera o el hierro i no acudió a ninguna escuela a aprender ese arte; que se formó a base de práctica, a veces fastidiándolo todo, otras sorprendiéndose a si mismo... pero sacando, al final, los movimientos que se adaptaban mejor a su anatomía y encontrando las herramientas adecuadas para realizarlos, a la vez que no perdían de vista el cómo actuar ante los distintos imprevistos que encuentran en la materia que pretenden trabajar. 

Quiero verte feliz, quiero hacerte feliz, aunqué no pueda lo quiero... si lees esto sabrás que te hablo a ti. 

Quiero volver a esa torre, con el bosque bajo nuestros pies y ésta vez ser capaz de amarte más de lo que me amo a mi mismo. 

Quiero estar enamorado, loco, cegado por ella, sin sentirme mal por ello... aunque no sea correspondido, quiero saber cómo se puede equilibrar una balanza tan desigual y, así, poder construir juntos algo suyo y mío. Quiero dejar de hacerme trampas al solitario y, si es necesario, perder del todo la partida y saber abandonar antes de que todo esto me consuma; no me asusta estar loco, y si el enamoramiento es de las pocas locuras que no me será censurada quiero aprovecharlo; quiero agobiarme sin sentirme culpable por hacerlo, quiero pensar en ella sin decirme que lo hago muy a menudo, quiero ilusionarme y/o estrellarme, deprimirme y alegrarme fuera de medida, sentir como el corazón me da un bote cuando la veo; quiero intentar domar unos celos desmesurados, quiero acercarme a ella, llamarle la atención, hacerle saber lo que siento, sin sentir que estoy haciendo el ridículo... Quiero leer todo esto último y asustarme y preguntarme si no estaré siendo tóxico, tener la capacidad de autocritica sin perder de vista que la locura está más allá del bien y del mal... quiero confiar en mi propia escalera de valores para saber cabalgar la bestia descontrolada, la locura que me invade.

Quiero vivir grandes cosas, cosas que escapen de ser reales, ser consciente de la mentira pero no negármela, quiero explorar toda la magnitud de una vida que solo viviré una vez. 

Quiero follar, me encanta follar, y quiero vivirlo como una lucha, una guerra entre individuos que desean dominar al otro, poseerlo... quiero que me provoque, que saque a pasear la fiera y yo trate de dominarla. 

Quiero crear un espacio seguro, un oasis en medio del duro desierto que es la vida, quiero un espacio real, que nazca de mis manos y no sea una burbuja que parasite para sobrevivir... Quiero compartirlo, vivir y crecer en él, no me interesa dar la vuelta al mundo, no lo necesito para hacer mi arte, mi obra, mi vida... En una zona de confort aparentemente monótona puedo vivir cada día en un mundo completamente distinto al anterior. Es por eso que no quiero perder esa fuerza, ese carisma, esa potencia y espontaneidad que crea situaciones, que me divierte, que rompe con cualquier monotonía. 

Quiero crear mi orden, mi disciplina, mis rutinas... y desafiarlas cada día con mi caos, fortalecerme en esa lucha íntima y gozar de lo que sobreviva a esta guerra. Quiero competir para crecer, pero competir conmigo mismo o con mis enemigos para no destruir potencias ajenas que no me han hecho nada como para procurarles tal fin. 

Quiero saber cuidar a los que amo, tejer relaciones de amistad con aquellos que me interesan, pero no quiero exceder mis capacidades sociales, no quiero que el "ellos" se coma el "mí".  

No entendería el construirme, edificar mi vida, sin crear relaciones humanas, y pese a que no me moleste tener enemigos que me obliguen a no dormirme, prefiero tener amigos que hagan lo mismo, siendo sinceros, dándome esa hostia, sin miedo, que tantas veces necesito... Quiero levantar proyectos con ellos, crecer, quiero rodearme de aristócratas que planten cara a la crueldad y dureza de la vida. 

Quiero conocer mundos y dar el mío a conocer... 

Quiero jugar en mis mundos paralelos, compartir esos juegos que son la máxima expresión de mi existencia, y no quiero contribuir a un juego reducido a ocio estéril, a otra forma de entretenimiento simple que no ayuda a escapar de la alienación mortal de nuestra existencia, sino todo lo contrario, quiero que sea un paradigma donde desarrollar cualquier tipo de potencia que – pese a estar carente de sentido – haga amarnos de una forma intima y con ello nuestra vida, nuestra existencia...
   
Quiero seguir siendo ese niño que siempre se opuso a ser adulto. 

Quiero explorar mis límites, llegar a mis horizontes y crear otros de nuevos; quiero roer hasta el último hueso de mi mundo para saborear todo lo que pueda encontrar en mi. Pero no quiero perder las fuerzas en ello, quiero dominar mi bestia y evitar que ésta me destruya; quiero comer en el banquete de mi vida a gusto, prestando atención a todos su sabores y matices, sabiéndome rico y sin miedo a sufrir hambruna alguna; no quiero devorar y atragantarme sin ser consciente de lo comido, asustado ante la idea de que pueda ser lo último que pueda comer. 

Quiero ser, quiero cantar y bailar, sobre todo lo segundo, quiero danzar por el mundo a mi manera, como quiera... ser y divertirme siendo, gozar de hacer temblar el mundo con mi baile, recordando la fragilidad del suelo que pisáis en cada instante. 

Quiero seguir siendo una hoguera iconoclasta, jugar con fuego una y otra vez, y no prestar atención a las voces que advierten de lo peligroso que es... Pero no quiero usar gasolina con aquello que no lo merece, quiero controlar en todo momento mi fuego, no deseo volver a arder entre mis llamas pues de esas heridas cuesta mucho recuperarse y, pese a gustarme, ésta no es la obra de mi vida, no merece tal sacrificio por mi parte. 

Quiero que mi vida sea un concierto extenso, con muchos silencios que despierten la necesidad de melodía, quiero gozar de esos momentos en los que escucho música y es como si pusiera banda sonora a ese preciso instante de mi vida; quiero descubrir nuevos grupos, nuevas canciones, en definitiva: nuevos sonidos, nuevas melodías, que satisfagan esa necesidad que despertará el silencio. 

Quiero que mi existencia sea un constante vitalismo, pese a saber que la vida a veces lleva dolor, que en el dolor muere siempre algo íntimo y que por ello la vida es un morir lentamente... Quiero decir a los cuatro vientos: "¡Vamos a morir! No es ningún secreto ¡jódete puto zombi! Por más maquillaje que te pongas tu carne olerá a putrefacción igual; nunca estarás seguro ante el constante aliento de la muerte, sal de la tumba a la que te has acomodado y rebélate contra nuestro mortal destino... Pese a que sabemos que vamos a perder la guerra cada día de lucha contra el devenir será una victoria que podremos celebrar ¡vive joder!" 

Quiero que nunca olvide lo que le dije y vale para todo aquél que sea mi amigo: "Mueve en mi todo lo que puedas, utilízame, transforma lo que toques, yo hare lo mismo contigo, no quieras dejarme indiferente, a mi no me da miedo cambiar, seguiré siendo yo." 

Quiero que la culpa no me impida volar, que no me arrastre al suelo, que no me haga reptar en esta vida, quiero ser consciente de verdad que hacemos aquello que mejor podemos hacer teniendo en cuenta las circunstancias, el bagaje, los conocimientos y la fuerza que tenemos en cada momento... quiero que esto no sea una excusa pero que transforme la culpa en una potencia que motive a no repetir el mismo error en lugar de ser un peso que impida seguir andando. 

Quiero dar las gracias a ese hermano que se fue, esas gracias que olvidé decirle tantas veces... 

Quiero hablar de la muerte, mirar de frente la nada que representa, desafiar la mayor depresión de nuestra generación: la vacuidad de nuestra existencia. Quiero afrontar el miedo a la muerte, a la nada, que no se olvide su esencia, quiero que nadie pueda escapar a su presencia, que nadie pueda esconderse de ella en futilidades, en cualquier espacio o situación evasiva; quiero que se vuelva a bailar entorno a la muerte, quiero que vuelva a ser motor de vida, de pasiones... quiero que veamos la nada que representa sin pavor, con una carcajada al ver lo ridículo que es el vacío cuando somos capaces de llenarlo, lo ridícula que es la muerte mientras estamos vivos. 

Aún quiero cambiar el mundo, que esos sueños y utopías que viven en mi mente puedan realizarse, aún amo la insurrección, aún no he abrazado la misantropía, aún amo la anarquía, pero nada de eso lo veo posible, así que quiero volver a creer en ello, quiero despertar y que el sueño siga en pie, o que, al menos, mis ganas de luchar por ello no se desvanezcan.  

Quiero guardarme secretos para mí, quiero dejar este texto abierto a todo momento en el que quiera algo nuevo... como dije en el principio "quiero hacer de estas palabras un espejo", no será una foto fija, y aquí seguirá siempre abierto.

martes, 6 de junio de 2017

LIGANDO CON GILIPOLLECES I


Le pregunté sin pensar, reconozco que no es de las mejores preguntas para ligar, pero ¡que coño! Quería saberlo: "¿Qué piensas de mi?" 

Me miró extrañada, y no dijo nada, fueron unos pocos segundos, para mi demasiados, y volví a romper el silencio: 

"A que viene esa sorpresa, ¿a caso nadie se ha preocupado nunca de cómo lo ves? ¿A caso no te ha interesado nunca saber qué piensa alguien de ti? ¿Qué hay de raro en que me interese qué opinión tienes de mi? Seguro que si me levanto y digo a toda la sala “X eres preciosa” te va a preocupar lo que puedan pensar todos los que serian espectadores de mis palabras... ¡Ah! por cierto, no mentiría, eres preciosa, eso es otro tema. Pero ¿ves? Te preocuparías, querrías saberlo y eso que son unos cualquiera en tu vida, no sabes ni el nombre de la mitad de ellos... 

Me interesas mucho, quiero conocerte, lo único que se es eso, que eres preciosa, que tu físico me atrae un montón, se eso y el nombre que te pusieron, demasiado poco para contentar el interés que has despertado en mi; yo quiero saber tu "verdadero nombre", quién eres, qué eres...  

Igual que yo no soy solo Oberyn, sino también un imbécil, raro, nihilista, cínico, gilipollas... i un sinfín de nombres más hasta llegar a no tener palabras para definirme, tu eres mucho más de lo que me has mostrado y quiero explorarte hasta que encuentre algo en ti que no sepa nombrar." 

Y funcionó, sí, lo sé, parece una locura... no lo llevaba preparado y en verdad mientras lo decía me pareció una soberana gilipollez, pero me gustan las gilipolleces y en cuanto pude salí corriendo a plasmarlo en el primer papel que encontré. 

lunes, 5 de junio de 2017

NO SERÉ UN MÁRTIR


No existe mérito ajeno que pueda exigir mi sacrificio. 
Los únicos sacrificios que valen la pena son el madero, el chivato, 
el explotador, el opresor, el gobernante, el lameculos etc. 
Que se suicidan evitando, así, joderme la vida. 



Todos mis actos serán egoístas, cualquier atentado contra el burgués, el policía, las autoridades, el orden social, la propiedad, el derecho, la moral, discurso dominante, tabú, dogma o cualquier otra herramienta de dominación o potencia autoritaria no serán, sino, actos egoístas; tras de mis acciones no buscaré nada más que defenderme, o venganza, o simplemente satisfacción egoísta, mía; jamás voy a sacrificar la seguridad de mi vida por las masas que no entenderán la radicalidad de mis actos, e ignoran o se resignan a ser oprimidas, robadas, ignorantes, alienadas y/o maltratadas. Sé que exigirán mi cabeza por cualquiera de mis crímenes, sea de la envergadura que sea, se atreverán a elevarse por encima de mi, creyéndose poseedores de una moral superior, y me juzgarán, estoy seguro que lo harán, pues ya lo han hecho otras veces... 

No es ningún misterio que no van a agradecer mi sacrificio, para ellos seré un criminal y su respuesta será aplaudir cuando un verdugo cualquiera (llámale juez, policía, carcelero, ciudadano...) ejecute mi castigo. 

¡No! ¡No soy tan imbécil! No seré el mártir de nada ni nadie; nada merecen las masas, nada merece aquél que no toma, no es, por si mismo ¡que les jodan! Ellos van a odiarme por lo que soy a mi me son indiferentes por lo que son, así que ¡VIVA YO! Muerte a la causa que se alimenta de mártires.

martes, 30 de mayo de 2017

Muerte de un mensajero





¿Y si se había acabado todo?, ¿si no tenía sentido ya, aplicar mis fuerzas, encontrar significados? ¿Acaso iba a acabarse así, tan sucintamente?, finalmente, ¿alguien se había cargado al mensajero?

Recuerdo estas palabras, concatenadas y apelotonadas, estallando de placer en mi cerebelo. Lo siguiente que pensé fue: ¿acaso la muerte, no es una burócrata más?

Por fin abrí los ojos, incorporándome con gran aflicción. Amarga y taimada sensación de paz, cuando empecé a sentir un cosquilleo en los dedos de la mano derecha. Y es que, si mi cuerpo aún se encontraba dormido, ¿cómo tener la certeza de que lo que era entonces no era más que fétido sueño?

Y si era una ensoñación, si mi encriptada consciencia había perdido el hilo conductual con la materialidad. Y si volvía a ser solo puro pensamiento, desdoblándose, ¿qué más daba?

El dolor seguía ahí, junto con los recuerdos de días pisados y pasados, como manchas en la acera.

El aire recargado se tornaba en mucosidades afiladas, que se clavaban en mi tráquea. Luchaban por salir los esputos, después de horas, tal vez semanas de letargo. La atmósfera estaba visiblemente contaminada, me sorprendí a mí mismo, con las manos en la nuca, y la mirada perdida.

La claridad de la luna se abría paso por entre los cristales, sucios y amplios, duros a la vez que frágiles. La habitación se hallaba totalmente en silencio. Unas runas allí, unos mensajes codificados allá, tal vez imágenes y dibujos, fruto estos últimos de la más oscura pluma. Una sensación tibia, seguida de sonidos lejanos, como de ultratumba, que recordaban al romper de las campanas a media tarde. A esa hora tan inoportuna, cuando los animales salen del cemento para meterse en el cemento, rodeados; como felices y extasiados.

El sofá de color rojo estaba plagado de manchas. Por un segundo me vino a la mente la imagen de aquella femenina espalda, repleta de lunares. Lunares marrones, pensé; manchas negras, como cráteres en el sofá, apuntillé. Y ahora, como si de arenas movedizas se tratase, me hundía, sin ningún tipo de contrapartida, en estas manchas de humedad, en estos pliegues asesinos, que se urdían como objeto; que se concretaban como  -maldita sea-, como una mierda de sofá.

Me levanté, y el tocar de campanario pareció retumbar en mi cabeza; yéndose a la vez que arrastraba de vuelta un eco frío y metálico, casi de color oro. No me había dado cuenta del liviano levitar de las motas de polvo, que golosas, buscaban su propio alunizaje.

“¿Hay alguien ahí?”, dije en voz alta. Pero mi voz se perdió entre las paredes, entre los bustos y los ladrillos rotos, subiendo por las canaletas y bajando hasta el fondo del mar.

Qué jodida pregunta. Qué pedazo de imbécil.

No importaba si el destino volvía a equivocarse. Decidí entonces girar sobre mi propia figura; tal vez en la luz lunar, encontrara un atisbo de abrazo, una especie de sentido vistazo de complicidad. Era tarde.

No porque la madrugada cayera con tesón y lustre. Ni porque el rocío comenzara a laminar los automóviles quietos, igual que las farolas, inmóviles. No así los árboles, que se mecían por el vientecillo nocturno, como tiritando de frío. Sencillamente, era demasiado tarde.

Qué belleza de imagen, cuando logré encuadrar toda la escena, recorriendo con mis pupilas el recargado paisaje, de fondo negro; sin estrellas, sí con luna, creciente, por si todavía importaba.

Qué montaña, qué amargo y bonito accidente. Qué pendientes, recorridas de ancho a largo, de arriba a abajo por aviesos edificios. Una ondulada ladera, capitaneada por una antena gigante, a la que creí escuchar en sueños; que bajaba hacia la derecha, fraguándose en ribazo nuevamente, justo con el suficiente ángulo como para retomar su empeño, tornándose finalmente en sistema montañoso, que se perdía entre el marco de los ventanales que allí sujetaban mi reflejo, totalmente difuminado.

Era hora de volver a casa. Conquistar por última vez aquel acceso a mi lecho, frío y húmedo; cansado de esperarme.

La quietud del satélite provocó en mí un escalofrío. Como un impulso mesiánico, subió por mi garganta un garabato, que se tornó en guirnalda, desplegándose en pensamiento. Un pensamiento doloso e iracundo, que me hablaba de héroes, y me recitaba poemas sobre ninfas y comodoros.

“Hagámoslo con calma”, me dije. O tal vez lo dijera en voz alta. La cuestión es que si algo era diáfano, si algo se había mostrado como axioma, si de algún modo lo conspicuo estuvo en mí, aunque hubiera sido un rato; había sido conceptualizado en esta ardua y solemne frase. ¿Qué no te tomaste con calma, chico?, si ni siquiera supiste ingerir veneno, aun en tus noches más lóbregas, si lo tomaste siempre como un aperitivo; relamiendo tus labios a cada sorbo, observando la copa a cada pequeño trago.

Me encaminé hacia la salida de aquel fastidioso salón. El sonido reverberante de la oscuridad se adhería al largo e interminable pasillo. Solo una luz observable, la de una puerta medio entornada, al final de aquel rectilíneo y cuadriculado túnel, de color mandarina; moteado de rugosidades.

Mis pupilas de loco no daban crédito a aquella estampa. La atmósfera, ya no sabía, si de aquella vivienda, si de aquel continente, había desaparecido frugalmente; o se había apostado definitiva y contundentemente, tomando la forma de las sombras insidiosas que pueblan los recovecos de las calles. Y si era así, si el manto fino de la podredumbre, si el aire recalcitrante que levitaba, había dejado de levitar, para pasar a ser parte de mi yo medible, acaso, si todo eso se había resuelto en hecho constatable, se había trasformado en mi ser: ¿podía hacer algo que no fuera aceptarlo con resignación?

“Ey”. Y la y griega sonó como un destornillador perforando un trozo de metal. “Quién eres”, dije sin más dilación y casi sin energía. “Dónde estoy” inquirí sin demasiadas esperanzas.

El doloroso amarillo que se escondía tras la puerta del fondo del pasillo, fue alargándose, convirtiéndose en figura reflejada en la pared. Todo mientras sonaba el chirriar de una abertura henchida de moho y portazos.

Mentiría si no dijese que vi a alguien repostado bajo el marco de aquel pórtico macabro. Sentí mis dientes rechinando, segregando por un segundo astillas de calcio y nervio, mientras la piel de mis brazos se empezaba a enchinar, y los pelos y los granos y los pies, se ponían duros como estacas y tersos como pollas empalmadas.

El nudo de mi garganta habría servido para colgar al más puritano de los malhechores. Un soplo de aire, esta vez caliente me recorrió la cara, lamiéndome la barba, introduciéndose en mis fosas nasales. Y la puerta se cerró de pronto y para mi sorpresa, al portazo, no lo acompañó ningún terminante estruendo.

Pasé como bien pude, con la espalda pegada a la pared. ¿Por qué me comportaba de aquella manera?, ¿era miedo lo que me apoderaba entonces, era el más terrible de los horrores hacia lo desconocido e inexplicable? Junto con aquellas preguntas, también estaba allí la sangre que a borbotones, se apelotonaba en mis venas, entre mis brazos y por mis piernas. Aun así, no despegué el culo de la pared, ni cuando ya casi estaba dejando atrás aquel inhóspito y desolado pasillo.

Decidí salir de aquella cárcel sin barrotes, sin dilación ni apremio. Unas botellas como vacías y recubiertas de polvo me indicaron la salida, estaban apostadas a cada lado del trayecto, casi señalándome el camino. Reflejándose en cada una de ellas, con sus tonalidades marrones, se distinguían muecas lo suficientemente oscuras para retener un halo de lumbre.

Salí y bajé escopeteado. Más que liviano, descendía de dos en dos los escalones, mientras giraba sobre mí mismo al llegar a los rellanos pertinentes, que estaban hechos de baldosas impías, más transitadas que las estaciones. Recuerdo que la oscuridad me atolondraba cada vez  más, aun así podía degustarme, mirando el color azul metálico de la barandilla interminable.

"¿Otra puerta?", pensé. Y por un momento la situación me recordó a cuando vagabundeo por mi memoria, dejando tras de mí un reguero de huellas que sonoras, preceden a los descubrimientos más insospechados. A los diálogos con mis recuerdos, de los que nunca escapo, pese a que con toda mi energía les intento dar plantón.

Tal vez parte de la remilgada oscuridad se quedó en aquel edificio, que no dejaba de encajarse con aplomo en la manzana, a estas horas transitable. Tal vez y solo tal vez, respiré de nuevo aire sucio, pero fresco.

Me encaminé conmigo mismo, sorteando charcos y maullidos lejanos. Cerré los ojos cuando sentí aquel maldito chirrido a mi espalda. Un silbido agudo y entrecortado estaba siendo disparado desde algún lugar; habiéndome impactado en la solapa de la camisa. Me giré con rapidez y adiviné, justo en el salón donde había estado descansando, allá por el tercer piso, una figura oscura e inquietante. Se apostaba inamovible; tan solo una sonrisa en su tez alimentaba en mí la idea de que no se trataba de alguien no humano. ¿Pero y si era una especie de gárgola?, ¿Y si aquella noche los monstruos, normalmente cabizbajos y recelosos por las esquinas, se habían envalentonado? Y si, Dios mío, y si los demonios habían preparado aquel festín de carne, que era yo mismo, y tan solo el cielo iba a ser testigo de mi fustigamiento…

No había un ápice de duda. Había perdido la razón y no iba ganando la partida.

No obstante decidí seguir caminando. Me encaramé a la pequeña cuestecilla que giraba a la derecha, convirtiéndose de pronto el cemento en una angosta calle en forma de ele, repleta de adosados de colores distintos.

Transité aparcamientos repletos de socavones, baches, charcos, y nunca perdí la sensación de que alguien o algo me observaba entre los escombros y las más puntiagudas esquinas. Apreté el paso cuando sentí  de verdad que alguien me seguía.

Con el rabillo del ojo pude dilucidar que se trataba de un hombre, de formas juveniles y ajuar negro azabache. Me giré una vez, y creo que hasta los calcetines eran oscuros, como los pensamientos desencajados que tornándose en gotas heladas de sudor, recorrían mi maltrecha espalda.

Seguí calle arriba y la ladera empezó a saludarme. Volví a girar varias veces hacia mi derecha, dejando atrás persianas a cada lado que se antojaban inamovibles, como también blancas y sucias.

Llegué por fin a mi apartado favorito. Unas escaleras de piedra caliza que se apostaban interminables; solo acompañadas por una barandilla, esta vez de color gris, repintada con alevosía y manoseada a conciencia. Cuando andaba por el segundo descansillo de aquellas rectas y traicioneras escaleras, volví a girarme por última vez.

Solo algunos grillos, y el sonido de los aspersores lejanos parecían dispuestos a hacer de las delicias de mis oídos. Ni rastro de aquel tenebroso figurante que hasta hacía unos minutos me pisaba los talones.

¿Y si se había acabado todo?, ¿si no tenía sentido ya, aplicar mis fuerzas, encontrar significados? ¿Acaso iba a acabarse así, tan sucintamente?

La luna remilgada, reflejó un destello que se tornó en amarilla visión. Una visión excelsa, que contenía imágenes de playas cálidas y desiertas que otrora había imaginado, pero que ahora, en aquellas vagas y noctámbulas calles se tornaban en magnífica revelación.


Presuntamente, alguien se había cargado al mensajero.

jueves, 25 de mayo de 2017

El promontorio



Las calles rezuman odio y hastío. Tiempo atrás eran coloridas y llenas de vida, pero hogaño son grises y monótonas, parecen hermanas educadas en la más estricta normativa. Si bien todavía permanecen indelebles las pintadas y las frases perdidas escritas por enamorados y espíritus rebeldes, no encuentran actualmente a nadie que lea sus consignas y sus deseos, pues han perecido en esta disolución de aire oprimente y lluvia constante. 

Sigo andando mientras las farolas marcan la ruta, como si no quisieran que mi rumbo descarriara en la oscuridad. Mis pisadas rebotan en las baldosas malheridas por los innumerables pasos que las han humillado, pero que todavía siguen ahí con una tremenda muestra de orgullo. A lo lejos veo el promontorio al cual me dirijo, cuya silueta parece saludarme con su sola presencia entre tanto silencio y sopor. 

Una vez en mi destino, las nubes grises bailan desincronizadamente, amenazando con abrir de nuevo las puertas de la fría lluvia hivernal. El aire empieza a dar muestras de su presencia, haciéndome tambalear, como si quisiera marcar un territorio invisible a base de una fuerza sin mesura. Sigo de pie y puedo ver a lo lejos las humaredas provenientes de los arrabales, junto a un olor a podredumbre que penetra en mi como una daga afilada. 

Y allí estamos, el promontorio y yo, dudando entre las diferentes formas de dirimir mi contrato con esta existencia vacía y aburrida. Bajo mi mirada y lo observo, encontrando como respuesta una mirada hierática, que no provoca en mi el más mínimo efecto. ¿Cómo me va a responder si no tiene en su interior ni un atisbo de vida, si nunca ha encontrado a nadie que lo tenga en consideración? A excepción claro, de algún maldito filósofo que encontrara en ese lugar la fuente de su inspiración. Pero, ¿de qué sirve filosofar, me pregunto, si la palabra constriñe nuestro pensamiento?

Tras pasar largo rato no haciendo otra cosa que yacer de pie en compañia de mi propio hálito, y observando las siluetas de los edificios que se postraban ante mi, imaginando a las personas que como tristes hormigas reproducían sus quehaceres con la esperanza de cambiar su devenir, me giro y vuelvo sobre mis pasos, ya borrados por el polvo. Otro día será.

miércoles, 17 de mayo de 2017

Cerveza, tabaco y otras adicciones



Nadie había reservado mesa en el bar aún sabiendo que se llenaba a partir de las 21:00 y que la gente ocupaba las mesas hasta tarde. Eran las nueve y diecisiete minutos y seguíamos apretujados en un banco desgastado que había en el parque periférico del pueblo mientras discutíamos quién debía llamar para reservar y a quién le tocaba conducir. Marcos estaba harto de  alargar aquella estúpida discusión, así que se levantó mientras daba una colleja amistosa a Guille que era quién estaba hablando en ese preciso instante y anunció que ya sacaba él el teléfono para llamar. Se apartó un poco del grupo y estuvo aproximadamente un par de minutos con el móvil en la oreja hasta que dijo “Muy bien. Gracias. Hasta ahora.” y se giró con una expresión triunfante en sus ojos y asintiendo ligeramente con la cabeza: “Tenemos mesa chicos. Pero hay que espabilarse que solo nos la guarda veinte minutos”. Nos levantamos todos al unísono y saqué las llaves del coche del bolsillo del pantalón mientras preguntaba quién iba a bajar conmigo, a lo que Marcos y Juan respondieron que ellos bajaban en moto mientras se ponían rápidamente los cascos. La resta caminamos hacia el otro lado de la calle donde tenia aparcado el coche mientras nos girábamos para despedirnos de los dos motoristas aunque nos íbamos a reencontrar en breves en el bar. Guille se subió en el asiento del copiloto y Javi se sentó detrás junto con Santi, nos abrochamos todos el cinturón y antes de arrancar puse un CD pirata misterioso que creía que era de Mago de Oz pero resultó ser un mix de música maquinera de los 90, del cual no tenía ni idea de donde podía haber salido, pero como todos mis amigos se rieron y Guille detuvo mi mano antes de que lo pudiera extraer de la disquetera lo dejé puesto y salimos rápidamente hacia nuestro destino.

No encontrábamos aparcamiento, pero vi las motos de Juan y Marcos aparcadas justo delante de la entrada al bar, así que los maldije en voz alta para que se me pudiera escuchar por encima de la atronadora música que salía de los altavoces. Como llevábamos las ventanas bajadas, la gente de la calle nos miraba, y cuando alguien se quedaba mucho rato observándonos, sacábamos la mano por la ventana con el pulgar hacia arriba como diciendo “¿todo bien amigo?”. Justo cuando me disponía a dar una segunda vuelta a la manzana encontré un sitio perfecto, bien espaciado y sin ninguno de esos árboles odiosos que te dejan la pintura y los cristales llenos de resina, aparqué sin muchas complicaciones y bajamos todos del coche asegurándome tres veces de que lo cerraba adecuadamente. Caminamos hasta el bar sin intercambiar muchas palabras, supongo que nos estábamos reservando para contarlo todo en una mesa con una buena cantidad de cerveza, saqué un cigarrillo de mi paquete de Lucky Strike y me lo guardé detrás de la oreja mientras comprobaba mis bolsillos en busca de un mechero pero sin intención de encenderlo aún. Una vez dentro del local nos reencontramos con Juan y Marcos que ya estaban sentados en la mesa con un par de cervezas grandes, así que pregunté a la resta que querían tomar y me dirigí a la barra acompañado de guille, ya que él también conocía al dueño y lo quería saludar. Volvimos a la mesa y Javi anunció que Axel le había dicho que ahora bajaba con nosotros, que había estado liado con unas reformas en su casa y que no había podido salir antes. Nos miramos todos aguantándonos la risa hasta que Guille dijo: “Típico de Axel…” y empezamos a reír todos escandalosamente aunque nadie se giró, tal vez ya estaban acostumbrados todos los que frecuentaban el local a nuestro alboroto juvenil que siempre armábamos en el bar. El camarero trajo hábilmente las cervezas de todos llenas hasta arriba en jarras bien grandes de al menos medio litro, me encantaba la cerveza de aquel lugar, siempre era de importación y a muy buen precio. Alzamos todos nuestras jarras y gritamos como vikingos bien fuerte “¡SKÖL!” Palabra que según Guille significaba “salud” o algo parecido en algún idioma escandinavo. Cuando estábamos a punto de terminar la primera de muchas rondas llegó Axel con el casco en una mano y el móvil aguantado en la oreja por la otra mano. Se despidió de su interlocutor y nos saludó efusivamente a todos mientras cogía una silla de la mesa de enfrente que estaba ocupada por un hombre de mediana edad que parecía un motero y que había ido al lavabo, pero decidimos no decir nada para vengarnos de la impuntualidad de Axel. 

El camarero vino a tomar nota de lo que quería nuestro recién llegado amigo, que pidió una coca-cola. Éste se quedó desconcertado, y nosotros nos aguantamos la risa. El hombre se dio cuenta de que no estábamos riendo todos (menos Axel, que en un principio tampoco se dio cuenta de que nos reíamos) y preguntó que qué quería en realidad. Entonces Axel se giró clavándonos la mirada y se volvió hacia el camarero y dijo :”está bien… ¿Todos habéis pedido una Weissbier o como se llame, no? Ponme otra a mi, pero pequeña.” Cuando se fue el camarero volvimos a reír todos mientras que Axel negaba con la cabeza intentando parecer serio aunque también se estaba riendo. “Tíos, ya sabéis que la cerveza no me gusta demasiado… ¡Sois unos cabrones!”, entonces Axel me dio un puñetazo suave en el brazo y yo se lo devolví mientras retiraba el cigarrillo de mi oreja y me lo colocaba en los labios. saqué el mechero y lo encendí. Cuando levanté la vista Guille me pidió uno, y le acerqué el paquete mirando a la resta y preguntando si alguien mas quería uno, Juan también se animó y cogió el paquete después de Guille y me lo devolvió. Le hice una seña al dueño del bar que estaba en la barra para que nos pusiera otra ronda a todos y aproveché para ir al lavabo. Cuando llegué a la puerta apagué el cigarro en el cenicero mas cercano y me di cuenta de que el motero de la mesa de enfrente al que le habíamos robado la silla aún seguía allí dentro. Me estaba meando mucho, así que piqué a la puerta educadamente para darle prisa. Al cabo de unos instantes salió el tipo con cara de pocos amigos y me empujó diciendo “¿Tienes mucha prisa o que?”. Entré sin responder y oriné rápidamente porque quería ver la reacción del hombre aquel tan simpático cuando viese que Axel le había quitado la silla. Al principio no se percató de que la silla que le faltaba la tenía Axel, pero de pronto se dio cuenta y llamó la atención de Axel dando una patada en una de las patas de la silla diciendo de mala manera “Eh capullo, esa silla era mía”, Entonces Axel se levantó riendo y dijo “Era tuya…” Al motero se le encendieron los ojos y cogió a Axel del cuello de la camiseta y lo tiró encima de la mesa derramando las cervezas de Javi y de marcos. Mis ojos no daban crédito de lo que estaba sucediendo, no sabía como actuar, el tiempo se empezó a dilatar y cada segundo parecía eterno hasta que el brazo de aquel hombre se levantó para asestar un golpe con el puño a Axel, sin pensarlo dos veces me lancé hacia el Tipo y le di un puñetazo con todas mis fuerzas, que impactó entre el pómulo y la nariz, se quedó un par de segundos como pensando pero sin girarse todavía hacia a mí, como si no supiera de donde le había venido el golpe, pero finalmente se giró y me asestó tal golpe que me caí al suelo con el labio sangrando. Guille se levantó rápidamente de la silla y Axel se incorporó de la mesa donde lo habían tirado como si tuviese un muelle en la espalda y ambos le cogieron de los brazos antes de que pudiera agacharse para volverme a golpear. 

El dueño, Carlos, salió apresuradamente de la barra con una vara metálica y vino a la mesa donde estaba pasando todo y gritó con toda su voz “¡FUERA HIJO DE PUTA!”. Aquel energúmeno que me había reventado la boca le miró, luego me miró a mi y se soltó de los brazos de mis amigos con un movimiento seco pero manteniendo la postura. Murmuró algo en voz baja, cogió su chupa de cuero negro que había dejado sobre la mesa y se fue dejando un billete de cinco en el suelo, marchándose con aparente impotencia. Carlos me ayudó a levantarme y me llevó a la barra para ponerme hielo. Dejó la vara encima de el fregadero que había debajo de la barra de madera y me miró dejando ir un suspiro. “Joder Miki, vaya líos que te buscas chaval.” Entonces sonrió y yo hice lo mismo mientras el subidón de adrenalina me iba bajando. Le pedí disculpas y tiré el hielo al cubo de la basura, luego me despedí y salí con todos a fuera. Saqué otro pitillo y lo encendí, mientras todos nos mirábamos en completo silencio.  Ya no me sangraba nada, había sido algo superficial, pero me seguía notando como palpitaba el labio a causa de la inflamación. Decidimos despedirnos todos y quedar otro día, ya que aquella noche ya nadie tenia ganas de mas “fiesta”. Los que habían venido en moto montaron y se perdieron calle arriba, a la resta nos quedaba un trecho hasta el coche.

Una vez los había dejado a todos en sus casas volví y aparqué cerca de la puerta del bloque y entré reflexionando sobre lo que había pasado en el bar y sobre si debía sentirme orgulloso o era algo que no se podía repetir. Antes de girar hacia la puerta de mi edificio, me pareció ver en la oscuridad a la chica de la piscina dándole golpes a la puerta de su edificio. Me volví y fui hacia allí. “Hola. ¿No funciona la puerta?” Deduje que el problema era ese, ya que metía y movía enérgicamente las llaves dentro de la cerradura sin que se abriera. Ella me miró con cara desesperada y asintió con la cabeza diciendo “Menuda mierda…” empecé a hablar de lo mal que iban todas las puertas y que a mi también me había pasado hacía pocas semanas, lo cual era totalmente falso y ella me dio la razón. Me comentó que no sabía que hacer, que no tenía como entrar en su casa y que ya era tarde para picar a los vecinos así que yo le ofrecí que viniera a dormir a mi casa, que me sobraba una cama y se podía quedar si quería. Ella sonrió con cara amable. 

sábado, 13 de mayo de 2017

Una noche



Me desperté y no veía más que oscuridad. Moví mi brazo con la intención de tocar algo con qué orientarme, mas mis esfuerzos tardaron en surgir efecto. Finalmente logré palpar el interruptor de la lámpara. Se dio la luz. Allí estaba yo, medio incorporado en una cama deshecha, rodeado de libros y ropa sucia que llevaba acumulándose varios días. Tardé unos segundos en reaccionar, pues había olvidado la razón de mi súbito despertar. Miré la hora en el reloj de mi teléfono, eran las 3 de la mañana.

Había sido ese sonido extraño proveniente del salón. Ese fin de semana me encontraba solo en casa y no podía haber sido nadie ni nada que yo conociera, por lo que me invadió un cierto temor. Así pues, me incliné y me puse de pie al lado de la cama. Estuve unos instantes en silencio por si se repetía el ruido, pero no sucedió nada. Puse la mano en el pomo de la puerta y la abrí.

Frente a mí se hallaba el pasillo oscuro, con puertas abiertas a ambos lados. Enfrente, la habitación de mi madre, nada más salir a mano derecha la de mi hermano, y seguidamente el baño. Mi destino estaba a mano izquierda, en el comedor. Iba descalzo y daba mis pasos intentando hacer el menor ruido por si lo que hubiera en el comedor pudiera oírme. Finalmente llegué a éste. Por la ventana, y filtrada por unas blancas cortinas, entraba la tenue luz de la luna, iluminando la estancia y dejando ver los sofás y la mesa postrada ante ellos. La pantalla del televisor los reflejaba a modo de espejo, y pude verme en una de sus esquinas, tembloroso.

El lugar, a pesar de serme hartamente conocido, me pareció distinto, como si algo hubiese sido modificado. Apreté el interruptor que daba luz al comedor, pero no pasó nada. De repente, algo pareció moverse en dirección a la cocina, en una especie de rápidos pasos. Mi corazón se aceleró y mi respiración se tornó sibilante, pues hasta aquel momento pensaba que todo habían sido temores infundados por mi mente. Sin luz, sin nada con que defenderme, y haciendo acopio de valor, me dirigí al origen del ruido al tiempo que decía: “Hola, ¿hay alguien ahí?”. Mis pasos se concatenaban a medida que mi mente apremiaba a mi corazón a que redujera su ritmo, pero éste hizo caso omiso y prosiguió con su particular in crescendo.

El pasillo que llevaba a la cocina tenia a uno de sus costados unos espejos que te reflejaban siempre que pasabas. Rara vez te mirabas pues la costumbre los había vuelto invisibles. Pero en aquel momento se volvieron una herramienta para intentar descubrir in fraganti a lo que se escondiera en la cocina. La puerta de ésta se encontraba entrecerrada, por lo que mi duda en ese momento era si abrir de golpe o, por el contrario, de forma taimada. La segunda opción parecía la más adecuada. Así pues, puse la mano en el pomo de la puerta y empujé sutilmente, procurando hacer el menor ruido posible.

Cuando la hube abierto, y alumbrada por alguna luz del patio de luces, vi una silueta de lo que parecía ser una mujer, lo cual deduje por su cabellera. Estaba tan asustado que no pude evitar emitir un gemido de terror. De repente, y sin que me diera tiempo a reaccionar, la figura de la mujer se giró y pareció articular algunas palabras que no logré comprender. Seguidamente, pareció esfumarse en la penumbra. De pronto, una luz se vislumbró tras de mí, era la luz del comedor, que pareció despertar de su letargo.

miércoles, 3 de mayo de 2017

Tinieblas





Desnudo ante la nada,
la incertidumbre me inunda el cuerpo.
He dejado de ser,
no existo más que en el vacío de lo infinito.


No hay respuesta a mi ego,
no hay motivo para que mis entrañas sigan
funcionando más que el de 
alargar mi agonía en lo mundano.


Desinteresante, irritante... condescendiente.
No puedo permanecer más aquí.


¿Por qué aún no soy un dios?
¿Acaso este caótico sendero es inevitable?

viernes, 28 de abril de 2017

Hipòlita



Et veig i et sento,
t'aprecio en la teva essència.
Puc concebre un món amb tu
i la teva única presència...

La teva figura mai m'esgota,
i és que no puc parar de deleitar-me
únicament amb observar-te.

Tinc por a parlar-te, a entendre't,
no vull perdre la utòpica visió
concebuda des de la llunyania.

El caràcter que mostres et fa especial i única...
Juntament amb la teva melena magenta
i la teva esvelta figura, fan de tu
una deessa grega.

Et mostres distant i introvertida;
cosa que m'agrada i m'inquieta alhora.
Ets com Hipòlita, valenta i amb personalitat,
de tu es desprèn la seva bella imatge
amb un toc de realitat.

T'imagino en els meus somnis,
corrents en els més complexos moments,
amb la valentia pròpia d'una guerrera,
amb la teva força i energia imperant.

Independent i forta romanent,
en aquest món perillós,
on la única certesa verídica
és la meva personalitat anímica.

Faria tabula rasa,
però se que el desig se'm consumiria,
cosa, que m'és impossible d'imaginar,
t'ho juro... Abans l'ànima em faria matar!

Concebo un món amb tu, bella reina Amazona,
on les petjades mai s'esborrarien,
ni el desig s'esgotaria,
un món infinit de sentiments,
on m'hi assentaria permanentment.

La teva atenció em faria massa il·lusió,
com per continuar en aquest camí de solitud,
encara que no sabria com reaccionar,
poder és que sóc massa poruc...

T'aprecio des de la distància,
gaudint de la teva bellesa
i la teva fornida imatge,
amb una afecció pròpia d'un somni.
I és que ets la meva predilecció entre la munió.

viernes, 14 de abril de 2017

Compañeras de piso





Apenas era consciente de mi alrededor, notaba como la plenitud de mi ser iba fraguándose, encerrándose; envolviéndose en un sueño meloso y cercano cuando, de pronto, un hecho inesperado suscitó mi atención. Me encontraba solo en la habitación cuando, súbitamente, mi corazón se apoltronó para con mis venas que, latiendo a un ritmo exacerbado, trataban de dar sentido a aquella situación.

Estaba resquebrajado en mi cama, enrollado entre gruesas mantas de un color grotesco, cuyas mejores virtudes eran las de darme un calor distante y pegajoso, cuando de repente, tuve la necesidad de mirar hacia arriba. Y es que, sobre el resquicio de la pared, casi llegando al techo, se deslizaba un algo, o un alguien, que contrarrestaba visiblemente con el tono de las desgastadas paredes rugosas color blanco; un blanco sucio.

Una cucaracha, de un tamaño considerable, caminaba patizamba dirigiéndose directamente hacia la esquina más oscura de mi cuarto. Al principio no supe que hacer, y no, no por el hecho de no saber si aplastarla con mi zapatilla de estar por casa, sino porque realmente no-sabía-qué-hacer.

Avanzaba muy lentamente, su color era vívido, casi se confundía con su propia sombra. Reptaba sobre la pintura de un modo extraño; ambivalente, cual borracho que, habiendo ya cerciorado todos los vestigios de la aurora, no tiene más remedio, no tiene más opción, que volver a casa entre lamentos internos que se ahogan con el propio alcohol.

Supe en ese momento que debía matarla, fue en ese preciso instante cuando lo supe, viendo cómo aquel bicho nauseabundo movía sus antenas de un modo burlesco, mientras avanzaba sin vida; sin aura, casi arrastrando su propio peso, más el de miles de crías que seguramente llevaba en aquel fétido vientre cascareo y crujiente.

Me acerqué a ella.

No hubo respuesta. Con súbita indiferencia siguió su camino mientras que yo me hallaba, a la sombra del flexo. Con un gustacho a tabaco que levitaba, por entre la sinuosa silueta de la atmósfera de aquel habitáculo, y que se clavaba dentro de mis cabelleras. Estaba allí erguido; desplantado. Sólo me separaban de ella, o él, un escritorio que ya nada tenía de mío y unos, varios metros de alto.

Pensé, -es ahora, saltaré, primero me agazaparé y después saltaré, asestándole un golpe definitivo, un manotazo duro y así; así la mandaré al infierno-, pero reflexioné un instante antes de realizarme; -si lo hago, si salto de manera imprecisa, y aun así la mato, la reviento con mi zapatilla de estar por casa, quizá caiga sobre mis cabellos, quizá ya estando muerta, se parapete de mí. Quizá se vengue de mí provocándome la más fría náusea al impactar ya muerta sobre mi cabeza-.

No. Disipé aquellos pensamientos absurdos con un gesto de altivez que, venía de la mano de un impulso secundario que, a su vez y poco a poco, se fue tornando en un haz de realización cuando mis músculos comenzaron a moverse y mi cuerpo, agazapándose, fue tomando fuerza sobre sus propias piernas. Tobillos doblados, rodillas arqueadas, cintura parcialmente girada para realizar un giro de unos treinta grados e imprimir un salto fugaz; un golpe helado, y el bicho-nauseabundo-que-merece-morir, perecerá a su destino.

Así pues, las fuerzas que mis músculos y mis articulaciones conjuntamente habían desplegado sobre mi propio cuerpo, hicieron que me trastabillara profundamente. Ya en el aire realicé una cabriola exquisita y, soltando mi arma, mi poderosa máquina de matar, me vi incapaz de asestar, de acometer tal empresa asesina cuando observé; dilucidé, que la cucaracha cambiaba su rumbo totalmente.

Había cambiado su dirección, lentamente, muy lentamente, había girado sobre sí misma, y volvía por el mismo resquicio, por entre la pared y el techo que se dibujaba sombriamente sobre mi figura, cual contorno que separa todo-lo-que-es, y lo que es también pero de una manera incorpórea. Me sentía impotente, ¿acaso ese bicho era mejor que yo?, no había tiempo para trascendencias filosóficas pues, como alma que lleva el diablo, me agazapé, saliendo de la habitación, cuya puerta estaba entornada, con una velocidad de escándalo. Mi sorpresa fue tal, cuando descubrí tamaña situación inesperada cerniéndose ante mis ojos ataviados y súbitamente cansados. Sobre el suelo de la cocina, al lado de restos de no sé qué materia orgánica o no en concreto, reposaba otra cucaracha.

Se trataba de un bicho de unos colores un tanto verdosos, era alargada y parecía joven, sus dos antenas se movían con más vigor, al igual que su cuerpo que, al ver mi figura torpona, ciñéndose por entre el marco de la puerta, se escurrió por el margen de las baldosas, huyendo en último momento, como cada cosa que he conocido en la vida; de mis pensamientos casi siempre no honestos.

¿Qué podía hacer? ¿Debía focalizar mis instintos asesinos en aquella cría de insecto, o, debía volver sobre mis pasos y acabar con la gorda y torpe cucaracha que compartía habitación conmigo, y que apenas había avanzado en su vuelta atrás?

Las maté. Las maté a las dos, aplasté con mi pie, más bien con mi calcetín sudado y haraposo aquel segundo bicho, más joven y coloreado; más delgado y veloz. Y después, con fría calma, volví sobre mis pasos, arremetiendo, canalizando mi ira, sin pensar; sin simbolizar en mi mente más que un pensamiento abstracto, de color rojizo como la cucaracha, pero de un tinte oscuro, plagado de tonalidades negras, que se concretó en el momento en el que aplasté con mi mano, aquel redondo y crujiente, aquella bolita articulada y pesada que, sin saber qué pasaba, huía de la luz de una manera pomposa y poco sutil.

lunes, 3 de abril de 2017

Relato de una mañana de verano





Instantes después de despertarme de un sueño que aparentemente había sido sumamente placentero,decidí aprovechar los primeros rayos de luz de esa mañana estival bajando a la piscina comunitaria que había en el jardín de la urbanización. Nadie estaba tomando el sol en el césped húmedo por el rocío matinal, estaría solo allí abajo relajado sin que ninguno de los niños maleducados e impertinentes del bloque A me molestara tirando agua o gritando sandeces infantiles. Entonces cogí mi toalla, las gafas de sol y un libro de la colección personal de mi madre que sinceramente no entiendo como llegó a mis manos, pero que no obstante, estaba totalmente enganchado en su trama característica de la novela negra.

Justo cuando iba a coger las llaves para salir por la puerta decidí echar un último vistazo por la ventana al jardín para comprobar que estaría completamente solo, distinguí una silueta esbelta saliendo del portal del bloque de enfrente de mi piso; vi perfectamente de quien se trataba, era la chica que vivía en el tercero segunda de aquel edificio, vestía únicamente un bikini color turquesa que se ceñía delicadamente a sus pechos junto con un par de chanclas tipo hawaianas del mismo color de alguna marca pija con la bandera brasileña. llevaba consigo una bolsa de playa de esparto colgada del hombro y sus ojos verdes quedaban ocultos tras unas gafas ray-ban. Quedé completamente hipnotizado por la escena que estaba pasando delante de mis ojos -aún medio adormecidos- des de el momento en que salió del portal, y la suave brisa veraniega acarició su media melena morena y su tez pálida y pecosa.  Hasta ese momento estaba completamente seguro de que quería bajar a disfrutar de un refrescante baño en la piscina pero entonces me empecé a sentir titubeante, como nervioso, me asaltaron las dudas de si bajar o no mientras ella estiraba la toalla en la hierba donde estaba dando el sol mas intensamente e inmediatamente después sacó un bote de protector solar y se lo empezó a aplicar sensualmente por su vientre.

Ya no sabía que hacer, si bajaba estaría a solas con aquella chica y tendría que entablar una conversación algo incomoda (al menos para mí) que seguramente empezaría con un “hola que tal” seguido de una serie de preguntas estúpidas y obvias del estilo “Hace buen dia hoy ¿eh?” o “¿Sabes si este año van a poner hamacas y sombrillas en la parte ancha del césped?”-de hecho la segunda me parecía especialmente estúpida, ya que mi padre era el presidente de la comunidad y sabía de antemano que la petición había sido denegada en la junta vecinal y además con una aplastante mayoría. - Finalmente me decidí a bajar, aunque pensé en cambiar mi libro desconocido por algo más famoso con lo que se pudiera hablar de algo en el caso de que ella se interesara por mi lectura. Elegí coger 1984 de Orwell, que aunque era un poco “mainstream” podía pavonearme y aparentar ser un lector intelectual, vamos, un tipo interesante.

Dentro del ascensor coloqué cuidadosamente mi flequillo hacia el lado y bajé algún que otro pelo alborotado que sobresalía encima de la oreja. cuando llegué al césped del jardín me quité las chanclas y planté mi toalla a una distancia suficientemente lejos como para no parecer un acosador pero lo suficientemente cerca para entablar alguna conversación. Después de sacarme el móvil del bolsillo del bañador y de dejar el libro sobre la toalla saludé con una media sonrisa e intentándome mostrar simpático y agradable, ella giró la cabeza y respondió con un “hola” bastante frío que sonó francamente distante, lo que me persuadió bastante de iniciar alguna conversa con ella. Me quité la camiseta y me tiré de cabeza a la piscina. Cuando me tiro siempre se me hace eterno el tiempo que estoy bajo el agua antes de volver a salir para respirar y mi consciencia aprovecha para asaltarme con infinidad de cuestiones, a veces sumamente superficiales como si hoy voy a comer pasta o mejor me pido un kebab por teléfono. Otras veces me vienen a la cabeza en que sentido tengo encaminado mi vida, si realmente vale la pena luchar por mis convicciones, pero todo se desvanece antes de ser respondido una vez saco la cabeza del agua y respiro profundamente llenando mis pulmones de aire y del intenso aroma a cloro que flota por encima de la piscina a causa de la indecente cantidad de pastillas antisépticas que introducen los jardineros para desinfectarla de bacterias y algas. Nadé sin cansarme demasiado hasta el borde de piedra blanca y una vez allí me hice unos largos para calentar un poco el cuerpo, ya que el agua de la piscina estaba bastante fría. Me dí cuenta que me había olvidado por completo de la vecina y miré de reojo por curiosidad, para saber qué estaba haciendo. Simplemente estaba tomando el sol, en la misma posición en la que estaba en el momento en el que llegué. 

Debido a su falta de interés en mi dejé estar el tema y empecé a bucear mientras me planteaba lo que iba a hacer aquella misma tarde después de comer, mis amigos tenían previsto colarse en el campo de futbol municipal y hacer una pachanga contra nuestra banda rival del pueblo, siempre habíamos pensado que era mejor solucionar nuestros problemas en la cancha que a golpes de puño aunque había veces que el conflicto violento era inevitable, nosotros representábamos una manera de concebir la vida y ellos eran todo lo opuesto, y eso se podía observar incluso en su estilo de juego con el balón, que nosotros despreciábamos profundamente. Es curioso como existía un respeto e incluso una empatía con el grupo “enemigo” cuando aparentemente nos odiábamos con mucha intensidad, pero finalmente te acabas dando cuenta que el juego de los polos opuestos es necesario en la vida de un animal social, y nosotros no éramos otra cosa que una manada salvaje de animales sociales. El conflicto nos cohesionaba y nos hacía compartir un fin común, no se si llamarlo fin, tal vez se acercaría más la palabra ideología.

Cuando llegué al campo de futbol saludé a mis compadres sonriente y con aire despreocupado mientras sacaba las botas de la mochila. Nos conocíamos los unos a los otros des de hacía años y éramos casi como hermanos, así que notaron rápidamente que yo tenía algo que contar. Por mi parte, tampoco hice ningún esfuerzo por ocultarlo, realmente me moría de ganas de contar a quién me había encontrado por la mañana en la piscina y lo conté con todo tipo de detalles, algunos de los cuales inventados para producir alguna que otra risa entre mis amigos así como alguna traza de envidia. Juan intervino en la conversa justo cuando acabé mi relato para anunciar que los “capullos de la zona alta” no se iban a presentar porque habían hecho una barbacoa en casa de uno de ellos y al parecer se encontraban “indispuestos” a causa de la cantidad indecente de cerveza que se habían bebido. Ahora tocaba mostrar nuestra indignación insultándolos entre todos y comentando lo rastreros que eran. Contando todos los miembros de la panda no éramos más de seis así que no pudimos jugar ningún partido, tan solo nos agenciamos una portería y nos pusimos a practicar saques de esquina.


Al rededor de las ocho y media empezó a ponerse el Sol y nos apetecía ir a tomar unas cañas al bar antes de volver a casa para la cena; Marcos y Javi no podían quedarse a cenar y todos nos solidarizamos con ellos y quedamos que durante aquella semana haríamos alguna barbacoa con abundante cerveza y, a lo mejor, un canutillo. Me despedí de todos ellos y entré en mi coche, lo arranqué y puse la radio, estaba sonando Lady Writter de los Dire Straits, así que subí el volumen hasta que dejé de oír el traqueteo del motor diesel y salí del aparcamiento con las ventanas bajadas cantando la letra de la canción sin entonar demasiado.

sábado, 25 de marzo de 2017

Siento



Me siento solo. Pero es una soledad que acompaña, que tiende la mano al inocuo tiempo. Mis pisadas no producen el menor ruido, mi cuerpo inerte se desplaza con libertad al compás del azaroso viento. Pronuncio palabras carentes de toda lógica, y es que esta locura resulta indescriptible, ininteligible a oídos del otro. Cuando me hallo solo, encerrado en los muros de mi morada, me pregunto cómo he llegado a este punto de no retorno, a un lugar fundado en la apatía y el desasosiego. Estas palabras brotan de la pesadumbre de experiencias que finalizan, de sentimientos que afloran y se entierran en la memoria, a la cual podré recurrir en momentos de plenitud para recordar cuán miserable y mendaz puede llegar a ser la propia vida.


El silencio se ha vuelto conspicuo, ¿por qué hablar cuando es mejor callar?, la palabra vacía la carga el diablo, o quien quiera que encuentre en la tristeza su más jocoso pasatiempo. Mi pensamiento es un yermo páramo que debe ser colonizado, del que debe desaparecer la inanición y la sed, un lugar en el que se vislumbre la esperanza. Así pues, cerraré los ojos en esta desolada cama y esperaré a que la desidia me despierte cuando todo haya pasado.