Altar 1. Todo esto me parece una patraña, una mentira, una gran fábrica que podría seguir funcionando si decidiese irme. Esta poderosa maquinaria es gris e invisible, pero yo siento su enorme peso en mis espaldas. Me ahoga y mis lágrimas se convierten en lluvia ácida que corroe las calles, recorriendo el asfalto y muriendo en los barrotes de las alcantarillas.
Altar 2. Me levanté gradualmente, abriendo los ojos y después apoyando los pies en el suelo, frío como el mismo invierno que empezaba a azotar las calles de la ciudad. De un momento para otro me fundí, empecé a ser manta, espejo, sofá, mármol, el vidrio que atravesaban los primeros rayos de luz. No me distinguía de nada, todo eran extensiones de mi mismo que se derramaban hasta los rincones mas inhóspitos de la casa, haciendo remolinos entre si y tragándome en una marea liquida y amorfa, provocándome un dolor de cabeza intenso debido a que todo, absolutamente todo, era mi cabeza. No me reconocía, pues todo lo que me rodeaba estaba en el mismo plano visual y me resultaba imposible discernir los objetos de mi persona, emborrachándome de imágenes que en aquellos momentos era incapaz de interpretarlas y que por lo tanto, se adherían a mi inconsciente demente, quedando fuertemente ancladas en un universo atemporal pero fluido, que me acariciaba murmurando que no era nada, que solamente era un pedazo de carne vulnerable en todos y cada uno de los sentidos, que lo que allí hacia contorsiones todo el tiempo era nada mas y nada menos que el limite que yo había marcado con una fina línea de aire que se había convertido en carbono.
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