Me desperté y no veía más que oscuridad. Moví mi brazo con la intención de tocar algo con qué orientarme, mas mis esfuerzos tardaron en surgir efecto. Finalmente logré palpar el interruptor de la lámpara. Se dio la luz. Allí estaba yo, medio incorporado en una cama deshecha, rodeado de libros y ropa sucia que llevaba acumulándose varios días. Tardé unos segundos en reaccionar, pues había olvidado la razón de mi súbito despertar. Miré la hora en el reloj de mi teléfono, eran las 3 de la mañana.
Había sido ese sonido extraño proveniente del salón. Ese fin de semana me encontraba solo en casa y no podía haber sido nadie ni nada que yo conociera, por lo que me invadió un cierto temor. Así pues, me incliné y me puse de pie al lado de la cama. Estuve unos instantes en silencio por si se repetía el ruido, pero no sucedió nada. Puse la mano en el pomo de la puerta y la abrí.
Frente a mí se hallaba el pasillo oscuro, con puertas abiertas a ambos lados. Enfrente, la habitación de mi madre, nada más salir a mano derecha la de mi hermano, y seguidamente el baño. Mi destino estaba a mano izquierda, en el comedor. Iba descalzo y daba mis pasos intentando hacer el menor ruido por si lo que hubiera en el comedor pudiera oírme. Finalmente llegué a éste. Por la ventana, y filtrada por unas blancas cortinas, entraba la tenue luz de la luna, iluminando la estancia y dejando ver los sofás y la mesa postrada ante ellos. La pantalla del televisor los reflejaba a modo de espejo, y pude verme en una de sus esquinas, tembloroso.
El lugar, a pesar de serme hartamente conocido, me pareció distinto, como si algo hubiese sido modificado. Apreté el interruptor que daba luz al comedor, pero no pasó nada. De repente, algo pareció moverse en dirección a la cocina, en una especie de rápidos pasos. Mi corazón se aceleró y mi respiración se tornó sibilante, pues hasta aquel momento pensaba que todo habían sido temores infundados por mi mente. Sin luz, sin nada con que defenderme, y haciendo acopio de valor, me dirigí al origen del ruido al tiempo que decía: “Hola, ¿hay alguien ahí?”. Mis pasos se concatenaban a medida que mi mente apremiaba a mi corazón a que redujera su ritmo, pero éste hizo caso omiso y prosiguió con su particular in crescendo.
El pasillo que llevaba a la cocina tenia a uno de sus costados unos espejos que te reflejaban siempre que pasabas. Rara vez te mirabas pues la costumbre los había vuelto invisibles. Pero en aquel momento se volvieron una herramienta para intentar descubrir in fraganti a lo que se escondiera en la cocina. La puerta de ésta se encontraba entrecerrada, por lo que mi duda en ese momento era si abrir de golpe o, por el contrario, de forma taimada. La segunda opción parecía la más adecuada. Así pues, puse la mano en el pomo de la puerta y empujé sutilmente, procurando hacer el menor ruido posible.
Cuando la hube abierto, y alumbrada por alguna luz del patio de luces, vi una silueta de lo que parecía ser una mujer, lo cual deduje por su cabellera. Estaba tan asustado que no pude evitar emitir un gemido de terror. De repente, y sin que me diera tiempo a reaccionar, la figura de la mujer se giró y pareció articular algunas palabras que no logré comprender. Seguidamente, pareció esfumarse en la penumbra. De pronto, una luz se vislumbró tras de mí, era la luz del comedor, que pareció despertar de su letargo.
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