Instantes después de despertarme de un sueño que aparentemente había sido sumamente placentero,decidí aprovechar los primeros rayos de luz de esa mañana estival bajando a la piscina comunitaria que había en el jardín de la urbanización. Nadie estaba tomando el sol en el césped húmedo por el rocío matinal, estaría solo allí abajo relajado sin que ninguno de los niños maleducados e impertinentes del bloque A me molestara tirando agua o gritando sandeces infantiles. Entonces cogí mi toalla, las gafas de sol y un libro de la colección personal de mi madre que sinceramente no entiendo como llegó a mis manos, pero que no obstante, estaba totalmente enganchado en su trama característica de la novela negra.
Justo cuando iba a coger las llaves para salir por la puerta decidí echar un último vistazo por la ventana al jardín para comprobar que estaría completamente solo, distinguí una silueta esbelta saliendo del portal del bloque de enfrente de mi piso; vi perfectamente de quien se trataba, era la chica que vivía en el tercero segunda de aquel edificio, vestía únicamente un bikini color turquesa que se ceñía delicadamente a sus pechos junto con un par de chanclas tipo hawaianas del mismo color de alguna marca pija con la bandera brasileña. llevaba consigo una bolsa de playa de esparto colgada del hombro y sus ojos verdes quedaban ocultos tras unas gafas ray-ban. Quedé completamente hipnotizado por la escena que estaba pasando delante de mis ojos -aún medio adormecidos- des de el momento en que salió del portal, y la suave brisa veraniega acarició su media melena morena y su tez pálida y pecosa. Hasta ese momento estaba completamente seguro de que quería bajar a disfrutar de un refrescante baño en la piscina pero entonces me empecé a sentir titubeante, como nervioso, me asaltaron las dudas de si bajar o no mientras ella estiraba la toalla en la hierba donde estaba dando el sol mas intensamente e inmediatamente después sacó un bote de protector solar y se lo empezó a aplicar sensualmente por su vientre.
Ya no sabía que hacer, si bajaba estaría a solas con aquella chica y tendría que entablar una conversación algo incomoda (al menos para mí) que seguramente empezaría con un “hola que tal” seguido de una serie de preguntas estúpidas y obvias del estilo “Hace buen dia hoy ¿eh?” o “¿Sabes si este año van a poner hamacas y sombrillas en la parte ancha del césped?”-de hecho la segunda me parecía especialmente estúpida, ya que mi padre era el presidente de la comunidad y sabía de antemano que la petición había sido denegada en la junta vecinal y además con una aplastante mayoría. - Finalmente me decidí a bajar, aunque pensé en cambiar mi libro desconocido por algo más famoso con lo que se pudiera hablar de algo en el caso de que ella se interesara por mi lectura. Elegí coger 1984 de Orwell, que aunque era un poco “mainstream” podía pavonearme y aparentar ser un lector intelectual, vamos, un tipo interesante.
Ya no sabía que hacer, si bajaba estaría a solas con aquella chica y tendría que entablar una conversación algo incomoda (al menos para mí) que seguramente empezaría con un “hola que tal” seguido de una serie de preguntas estúpidas y obvias del estilo “Hace buen dia hoy ¿eh?” o “¿Sabes si este año van a poner hamacas y sombrillas en la parte ancha del césped?”-de hecho la segunda me parecía especialmente estúpida, ya que mi padre era el presidente de la comunidad y sabía de antemano que la petición había sido denegada en la junta vecinal y además con una aplastante mayoría. - Finalmente me decidí a bajar, aunque pensé en cambiar mi libro desconocido por algo más famoso con lo que se pudiera hablar de algo en el caso de que ella se interesara por mi lectura. Elegí coger 1984 de Orwell, que aunque era un poco “mainstream” podía pavonearme y aparentar ser un lector intelectual, vamos, un tipo interesante.
Dentro del ascensor coloqué cuidadosamente mi flequillo hacia el lado y bajé algún que otro pelo alborotado que sobresalía encima de la oreja. cuando llegué al césped del jardín me quité las chanclas y planté mi toalla a una distancia suficientemente lejos como para no parecer un acosador pero lo suficientemente cerca para entablar alguna conversación. Después de sacarme el móvil del bolsillo del bañador y de dejar el libro sobre la toalla saludé con una media sonrisa e intentándome mostrar simpático y agradable, ella giró la cabeza y respondió con un “hola” bastante frío que sonó francamente distante, lo que me persuadió bastante de iniciar alguna conversa con ella. Me quité la camiseta y me tiré de cabeza a la piscina. Cuando me tiro siempre se me hace eterno el tiempo que estoy bajo el agua antes de volver a salir para respirar y mi consciencia aprovecha para asaltarme con infinidad de cuestiones, a veces sumamente superficiales como si hoy voy a comer pasta o mejor me pido un kebab por teléfono. Otras veces me vienen a la cabeza en que sentido tengo encaminado mi vida, si realmente vale la pena luchar por mis convicciones, pero todo se desvanece antes de ser respondido una vez saco la cabeza del agua y respiro profundamente llenando mis pulmones de aire y del intenso aroma a cloro que flota por encima de la piscina a causa de la indecente cantidad de pastillas antisépticas que introducen los jardineros para desinfectarla de bacterias y algas. Nadé sin cansarme demasiado hasta el borde de piedra blanca y una vez allí me hice unos largos para calentar un poco el cuerpo, ya que el agua de la piscina estaba bastante fría. Me dí cuenta que me había olvidado por completo de la vecina y miré de reojo por curiosidad, para saber qué estaba haciendo. Simplemente estaba tomando el sol, en la misma posición en la que estaba en el momento en el que llegué.
Debido a su falta de interés en mi dejé estar el tema y empecé a bucear mientras me planteaba lo que iba a hacer aquella misma tarde después de comer, mis amigos tenían previsto colarse en el campo de futbol municipal y hacer una pachanga contra nuestra banda rival del pueblo, siempre habíamos pensado que era mejor solucionar nuestros problemas en la cancha que a golpes de puño aunque había veces que el conflicto violento era inevitable, nosotros representábamos una manera de concebir la vida y ellos eran todo lo opuesto, y eso se podía observar incluso en su estilo de juego con el balón, que nosotros despreciábamos profundamente. Es curioso como existía un respeto e incluso una empatía con el grupo “enemigo” cuando aparentemente nos odiábamos con mucha intensidad, pero finalmente te acabas dando cuenta que el juego de los polos opuestos es necesario en la vida de un animal social, y nosotros no éramos otra cosa que una manada salvaje de animales sociales. El conflicto nos cohesionaba y nos hacía compartir un fin común, no se si llamarlo fin, tal vez se acercaría más la palabra ideología.
Debido a su falta de interés en mi dejé estar el tema y empecé a bucear mientras me planteaba lo que iba a hacer aquella misma tarde después de comer, mis amigos tenían previsto colarse en el campo de futbol municipal y hacer una pachanga contra nuestra banda rival del pueblo, siempre habíamos pensado que era mejor solucionar nuestros problemas en la cancha que a golpes de puño aunque había veces que el conflicto violento era inevitable, nosotros representábamos una manera de concebir la vida y ellos eran todo lo opuesto, y eso se podía observar incluso en su estilo de juego con el balón, que nosotros despreciábamos profundamente. Es curioso como existía un respeto e incluso una empatía con el grupo “enemigo” cuando aparentemente nos odiábamos con mucha intensidad, pero finalmente te acabas dando cuenta que el juego de los polos opuestos es necesario en la vida de un animal social, y nosotros no éramos otra cosa que una manada salvaje de animales sociales. El conflicto nos cohesionaba y nos hacía compartir un fin común, no se si llamarlo fin, tal vez se acercaría más la palabra ideología.
Cuando llegué al campo de futbol saludé a mis compadres sonriente y con aire despreocupado mientras sacaba las botas de la mochila. Nos conocíamos los unos a los otros des de hacía años y éramos casi como hermanos, así que notaron rápidamente que yo tenía algo que contar. Por mi parte, tampoco hice ningún esfuerzo por ocultarlo, realmente me moría de ganas de contar a quién me había encontrado por la mañana en la piscina y lo conté con todo tipo de detalles, algunos de los cuales inventados para producir alguna que otra risa entre mis amigos así como alguna traza de envidia. Juan intervino en la conversa justo cuando acabé mi relato para anunciar que los “capullos de la zona alta” no se iban a presentar porque habían hecho una barbacoa en casa de uno de ellos y al parecer se encontraban “indispuestos” a causa de la cantidad indecente de cerveza que se habían bebido. Ahora tocaba mostrar nuestra indignación insultándolos entre todos y comentando lo rastreros que eran. Contando todos los miembros de la panda no éramos más de seis así que no pudimos jugar ningún partido, tan solo nos agenciamos una portería y nos pusimos a practicar saques de esquina.
Al rededor de las ocho y media empezó a ponerse el Sol y nos apetecía ir a tomar unas cañas al bar antes de volver a casa para la cena; Marcos y Javi no podían quedarse a cenar y todos nos solidarizamos con ellos y quedamos que durante aquella semana haríamos alguna barbacoa con abundante cerveza y, a lo mejor, un canutillo. Me despedí de todos ellos y entré en mi coche, lo arranqué y puse la radio, estaba sonando Lady Writter de los Dire Straits, así que subí el volumen hasta que dejé de oír el traqueteo del motor diesel y salí del aparcamiento con las ventanas bajadas cantando la letra de la canción sin entonar demasiado.
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