sábado, 18 de marzo de 2017

Capítulo 2: la puerta





Un largo pasillo se encontraba frente a él. Al fondo, una puerta de color verde. Sus pasos retumbaban en el vacío y se proyectaban entre las paredes. A medida que se iba acercando a la puerta, J se sentía más pesado, como si de algún modo sus huesos se estuvieran ensanchando en su interior. Finalmente, estaba delante de la puerta al no sé dónde. Puso la mano en el pomo y lo hizo girar –clic-.

J despertó en su sofá. Tenía el teléfono sobre su pecho y yacía con una pierna tocando el suelo. Rápidamente le vino a la cabeza lo ocurrido. Esa llamada de su padre, pero más concretamente “eso” que le había dicho. Tras un profundo suspiro, se levantó, y con más torpeza que habilidad, logró ponerse los zapatos. Fue a la cocina y agarró lo primero que vio para echarse a la boca, un plátano demasiado maduro que se derritió entre sus dientes. Necesito salir –pensó-.

Se miró el reloj, eran las nueve de la noche, y parecía que el frío aguardaba en el exterior. Sin más dilación, se puso la chaqueta y bajó a la calle por las escaleras. No tenía ganas de otro encuentro indeseado. Pronto se transformó en una silueta entre la luz artificial de la calle, la cual estaba casi desierta. No sabía dónde ir, simplemente andaba en dirección opuesta a su casa. Así pues, se dirigió hacia la playa, que tenía a unos veinte minutos a pie. A medida que bajaba la calle, J se acordó que al día siguiente no tenía que ir a trabajar, le habían dado fiesta. Menos mal, no tenía ganas de volver a ese antro –se dijo-. Siendo viernes, y ya andando por una calle bastante más transitada, pudo comprobar como varios grupos de gente se dirigían a cenar o a pasar la noche juntos, de fiesta. Él, por el contrario, no tenía pensado nada más que perderse por la oscura noche, solo.

De pronto, y cuando ya estaba cerca de la playa, fijó su mirada en un muro al cual jamás había prestado atención. Pudo leer: “Toda convicción es una cárcel”. Qué jodida verdad –pensó-. Al cruzar la calle, vio a un hombre mayor sentado en un banco, que lo miraba sin parar, girando su cuello a medida que J pasaba por delante. J se giró, y pudo comprobar cómo el hombre seguía observándolo. Tenía una espesa barba blanca y unas gafas redondas, le daban un aire ciertamente intelectual. Qué te pasa chaval –le dijo a J-. ¿Por qué me miras? ¿Acaso me conoces? –respondió-. No, pero que pasa, ¿ya no puedo mirar a quién me salga de las narices o que, puto niñato? J no se esperaba una respuesta así, y prefirió no responder. Se giró y prosiguió su marcha.

Siguió dándole vueltas a su encuentro con el hombre mayor ¿de qué iba ese maldito viejo? ¿Cree que por sacarme 60 años tiene derecho a hablarme así? Fue entonces que se arrepintió de no haberle contestado, pero ya era tarde, no tenía sentido volver y decírselo. Pocos minutos después ya estaba en el paseo marítimo. Las olas se escuchaban a lo lejos y empezó a soplar una leve brisa que J agradeció. Empezó a andar mientras pensaba en lo que le habían dicho por teléfono un rato antes, no podía ser cierto. Con cada metro que avanzaba parecía que “eso” se alejaba más de él, como si de algún modo pudiera dejar atrás lo metafísico, lo impalpable. Miró su teléfono, tenía una llamada perdida de Marta. Lo volvió a guardar en el bolsillo.

De repente, algo lo despertó de su letargo. Un grito, parecía haberse producido a poca distancia. Instantes después, pudo ver a una mujer gritando y señalando a un hombre que corría en dirección opuesta a la que iba J. La mujer decía: ¡ladrón,  el bolso! J, en un alarde de valentía, empezó a correr tras él. ¡Eh tú! –le gritó- ¡eres un cobarde! El ladrón no pareció oírle. Éste cruzó la calle a toda velocidad y por poco no se lo lleva por delante un coche. J tuvo que detenerse para que pasara un vehículo y seguidamente cruzó la calle para seguir con su persecución. ¿Por qué corro detrás de ese tío? –se preguntó- no conozco de nada a esa mujer, y sinceramente no me importa nada. Pero no corría para ayudar a la mujer desconocida, corría para llenar ese vacío que sentía dentro de sí, necesitaba adrenalina. Y vaya si la estaba sintiendo.

J empezó a sentir la fatiga, pues hacía tiempo que no hacía ejercicio. Lo mismo parecía ocurrir con el ladrón, que redujo el ritmo. De pronto, éste se giró para comprobar que nadie lo seguía, y al ver a J acercarse a toda velocidad le dijo: Oye, tu quién coño eres. Alguien que te está persiguiendo, ¿o es que no lo ves? ¿Ese bolso no es tuyo no? –respondió-. Mejor no te acerques si no quieres tener problemas, vete a tu puta casa –respondió el ladrón-. Esa mujer está forrada no le vendrá de aquí, o no has visto las pintas que llevaba. Una maldita guiri que se pasea por aquí con aires de suficiencia, que se joda. J, ya más calmado, pudo observar más detenidamente al ladrón. Era un tipo de su altura, rubio y de ojos verdes. A decir verdad, no parecía un ladrón callejero como los que le solían venir a la mente. Es cierto, J también tiene prejuicios, todos los tenemos.

¿Te vas a quedar ahí eternamente o te vas a largar? –dijo el ladrón-. Mira tío –le respondió- en verdad me importa una mierda que te hayas llevado el bolso de esa mujer, solo quería un poco de diversión. Ya me voy. Tras decir esto, el ladrón se metió en una calle y desapareció del rango de visión de J. No lo volvería a ver más, ¿o quizá sí? J volvió tras sus pasos y decidió cambiar de ruta, no tenía ganas de encontrarse con la guiri de nuevo. Poco tiempo después, J se había perdido por las calles, esa zona no la conocía demasiado y todo le parecía nuevo. Los edificios eran viejos y grises, y había pocas luces abiertas dentro de las casas. Volvió a mirar el reloj, eran casi las once de la noche.

Giró la calle y sintió como si antes hubiera estado allí. Pero juraría por aquello que más quería –si tuviera algo a lo que aferrarse- que no había pisado esa calle jamás. Un callejón estrecho pareció postrarse ante él, como si de algún modo le estuviera pidiendo que lo transitara. Así pues, J avanzó lentamente. El viento cedió y la calle pareció enmudecer. Sus pasos retumbaban en las paredes del callejón y se proyectaban entre las paredes. Al fondo, una puerta verde.

No hay comentarios:

Publicar un comentario