Me siento solo. Pero es una soledad que acompaña, que tiende la mano al
inocuo tiempo. Mis pisadas no producen el menor ruido, mi cuerpo inerte se
desplaza con libertad al compás del azaroso viento. Pronuncio palabras carentes
de toda lógica, y es que esta locura resulta indescriptible, ininteligible a
oídos del otro. Cuando me hallo solo, encerrado en los muros de mi morada, me
pregunto cómo he llegado a este punto de no retorno, a un lugar fundado en la
apatía y el desasosiego. Estas palabras brotan de la pesadumbre de experiencias
que finalizan, de sentimientos que afloran y se entierran en la memoria, a la
cual podré recurrir en momentos de plenitud para recordar cuán miserable y
mendaz puede llegar a ser la propia vida.
El silencio se ha vuelto conspicuo, ¿por qué hablar cuando es mejor
callar?, la palabra vacía la carga el diablo, o quien quiera que encuentre en
la tristeza su más jocoso pasatiempo. Mi pensamiento es un yermo páramo que
debe ser colonizado, del que debe desaparecer la inanición y la sed, un lugar
en el que se vislumbre la esperanza. Así pues, cerraré los ojos en esta desolada
cama y esperaré a que la desidia me despierte cuando todo haya pasado.
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