lunes, 20 de marzo de 2017

Capítulo 4: la huida



Los cinco se levantaron de su asiento. J no sabía qué hacer exactamente, ya que apenas acababa de conocer a esas personas. ¿Dónde vamos? –preguntó-. Vamos a seis calles de aquí, tranquilo, será rápido –respondió G-. ¿Cuántas botellas tenemos, A? –preguntó R-. Mmmm, si no he contado mal disponemos de unas seis. Más que suficiente.

Por cierto –dijo F mirando a J-, no sé si te lo ha dicho R pero siempre que actuamos usamos una máscara. Seguidamente, se puso una máscara que sacó de su bolsillo, era de un lobo. Así es –dijo G poniéndose otra máscara, ésta de un gato-. ¿Y de dónde saco yo una? Mira, justo ahí tenemos un par que pertenecían a unos antiguos miembros –dijo A señalando un pequeño armario-. ¿Qué es eso de antiguos miembros?, ¿Qué les pasó? –preguntó J, angustiado-. R se giró y lo miró con expresión seria. Los demás bajaron la mirada y soltaron un leve suspiro. Tuvieron la fortuna, o tal vez la desgracia, de caer en manos de la mente colectiva. Ya no están entre nosotros, su mundo onírico ha sido invadido por “ellos”. No supieron darse cuenta de cuán vigilados estaban fuera de aquí, y eso es algo fatal…

Vaya –pensó J-, parece que es algo serio. ¿A qué te refieres con “ellos”? –preguntó-. R se puso muy serio y dijo: A la mente colectiva, al orden existencial, a la monotonía recalcitrante. Siempre están vigilando a aquellos que sospechan que disponen de una mente crítica, y que pueda provocar un cisma en la masa adormecida. Es por eso que debemos actuar rápido y con cautela, y no ayudarnos en caso de peligro. Si cae uno, caemos todos.

J se acercó lentamente al armario y lo abrió. Pudo distinguir un par de máscaras entre unas prendas de ropa viejas. Una parecía ser de un conejo, y tenía un agujero en el moflete. La segunda era de un payaso, cuyas comisuras de los labios alcanzaban casi los ojos. Además, tenía una especie de cabellera negra alrededor de la frente, lo que le añadía un aspecto intimidatorio, y eso le gustó. Me quedo con esta –se dijo-. Una vez todos hubieron ocultado su rostro con la máscara correspondiente (lobo, gato, mono, zombi y payaso –F,G,A,R y J respectivamente-, repartieron los cócteles molotov en dos mochilas, siendo los porteadores de las mismas A y G. Estamos listos – dijo R-. Acordaos, y norma básica. Cuando crucemos la puerta actuamos juntos pero no, y repito, no, acudimos en la ayuda del otro si está en peligro. De ello depende nuestra existencia. Entendido –repitieron los demás-.La puerta se cerró tras ellos, y el callejón parecía más oscuro que cuando J lo había visitado por primera vez. Empezaron a andar.

¿Qué vamos a hacer con estos cócteles? –dijo J-. Verás J –dijo G-, trabajo en una escuela como profesor, y hay dos cabrones que no paran de joderme. El director y el jefe de estudios. Me hacen la vida imposible y no dudan en recurrir a la humillación pública. Se aprovechan de su posición para cuestionar todo lo que propongo, incluso delante de los niños y niñas han soltado frases que me han dejado en evidencia. Así que hoy les pienso joder. Los demás se han ofrecido a ayudarme, y veo que tú también a pesar de no saber a qué se debía todo esto. Eso me gusta.

Por cierto, ¿qué edad tienes J? –preguntó F-. Tengo 27 años –respondió-. ¿Y vosotros? Yo 21 –dijo R-, yo 23 –dijo G-, yo 22 –dijo A-, y yo 20 –dijo F-. Vaya, parece que soy el mayor –pensó J-. Dejemos la edad para otro momento –interrumpió R-, ahora tenemos que centrarnos en quemar los coches de esos hijos de puta. G, ¿sabes cuales son no? –preguntó-. Si, los tengo controlados, cada día en la escuela les veo aparcar. Perfecto –dijo R-. Bajaron cuatro calles más. Pasaba la medianoche y apenas había gente por esa zona. Los que se cruzaron con ellos los miraron con temor, pero no se olía el peligro.

Mirad, ahí está el primero –dijo señalando un Mercedes de color plateado-. Buen coche, le irá bien un poco de marcha –dijo F riendo-. A apoyó la mochila en el suelo y sacó un cóctel molotov. G hizo lo mismo. Lo lanzamos y corremos en esa dirección. Ahí se encuentra el otro coche, pasadas tres calles. Hay que hacerlo antes de que venga la policía con sus detectores. ¿Detectores? –dijo J-. Joder tío, ¿tú no sabes nada no? ¿Dónde narices vivías hasta ahora? –inquirió A-. La policía tiene detectores de antisocialidad, es decir, detecta a aquellos que van en contra de las normas, aquellos cuyo pensamiento dista del orden social imperante. Lo que no saben esos mamones es que su orden social no es más que el orden de los borregos, del ensimismamiento indirecto e incesante. Joder –dijo J- nunca lo había percibido así. ¡Exactamente! –gritó R- eso es precisamente lo que pretenden, que no seas consciente de tu situación. Puedes darle gracias a tu subconsciente, que te trajo aquí con nosotros. Chicos –interrumpió F- hay que hacerlo ya. J estaba realmente nervioso. En ese momento, G y A lanzaron su cóctel contra el coche, y éste empezó a arder, hasta que a los pocos segundos explotó. El sonido y el cálido ambiente proveniente del fulgor de las llamas causaron un tremendo estupor en él, se sentía de algún modo liberado.

¡Vamos! –gritó G- corramos hacia el siguiente objetivo, ¡hay que ser rápidos! Los cinco corrieron las calles que los llevaban hasta su siguiente objetivo sin mirar atrás. Tuvieron suerte de no cruzarse con nadie. Cuando estaban en su destino, R tocó el hombro a J. El siguiente lo vas a lanzar tú. J, nervioso, miro a la persona con máscara de zombi que tenía frente a él y asintió. Mirad, el del jefe de estudios es ese –dijo G-. Vaya mierda de coche, aún le haremos un favor.G sacó un cóctel y se lo ofreció a J. Éste lo agarró. Notó el frío y el peso del cristal, pero le motivaba la idea de lanzarlo. El segundo cóctel lo tenía F. Vamos, ¡prendedlo! –dijo A. F sacó un mechero y prendió ambos. Seguidamente los lanzaron en dirección al coche.

El instante en que las botellas fluían por el aire pareció transcurrir a cámara lenta para J. Las llamas zigzagueando al son de las leyes de la física, le parecieron un tremebundo espectáculo.  El sonido de la explosión lo despertó de su placer hipnótico. ¡Toma! –grito F. de repente, se escuchó el sonido de unas sirenas. Era la policía.

¡Dispersaos! –gritó R-, ¡quitaos la máscara y metedla en el bolsillo o donde os de la jodida gana! Los cinco parecieron repelerse, y es que corrieron en direcciones opuestas, metiéndose entre los callejones que veían a su paso. J avanzó dos calles y se resguardó en un callejón estrecho, que al parecer no tenía salida. De pronto, las sirenas parecieron acercarse a gran velocidad hacia donde se encontraba él. Al parecer, iba a ser el primero en caer.

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