Hace días, ya hace un par de días desde que saliera de casa por última vez. No sé si me mantiene cauto, el azar del hechizo que capté, de la mirada que no vi reflejada.
Andaba,
no solo, con intención de repostarme sobre la hierba, justo después de haberme
deslizado por entre unos jardines, que, sino mágicos, sí que estaban cubiertos
por ese aroma a salitre, breve y suave brisa de primavera que se empaña entre
muchas muchedumbres ociosas, distraídas; como felices. Con un chasquido bastó,
estaba allí sentado, ausente y acompañado. Un poco latente mi mirada, pero
despierto.
“Colles”
de hombres y mujeres preferiblemente jóvenes, andaban ocupados, con juegos y
bebidas, sobre manteles repletos. Y el aroma a césped, me transportaba a una
suerte de sensaciones nostálgicas, absurdas.
Ya era
casi de noche cuando, poco a poco, fueron vaciándose los lechos de verde. Las
gentes fueron retirándose. El sol arrastró su calor hasta que se ocultó,
rápidamente. Anduvimos de vuelta conversando, debatiendo, perpetrando. Fue entonces
cuando, capté algo entre las gentes que aún quedaban sentadas y esparcidas por
el inmenso parque.
Vi
reflejado en mis retinas, el rostro de un hombre que no tenía rostro. Sus gafas
de sol ocultaban el parecer de la mirada de un viandante, un anónimo, un ser
maltratado brusca y brutalmente. Y ocurre que, estos lentes, no descansaban sobre
ninguna nariz. Tremenda conmoción y sacudida, cuando encuadré del todo la
escena, mientras escuchaba a algunos centímetros, los gritos, sonoros e
implacables de aquella alma. El corazón se me puso de piedra, y aún todavía
noto el pálpito acompasado de mi pulso, que galopa al recordarlo; y es por eso
que, estaría mintiendo si dijera que tengo algo más que decir.
No hay comentarios:
Publicar un comentario