En el sueño que había tenido
horas antes aparecía un escenario similar al que se encontraba en esos
instantes, lo cual le produjo un escalofrío. Cuando estuvo delante de la
puerta, pudo notar que era vieja y que había sido pintada recientemente.
Seguidamente, agarró el pomo con denuedo. La mano le temblaba, sudorosa, y
decidió girar la muñeca para ser testigo de lo
que se encontraba tras esa frontera de madera.
No pasó nada.
La puerta estaba cerrada, y por
mucha fuerza que hiciera J, no iba a abrirse. De pronto, escuchó un ruido a sus
espaldas. Se giró abruptamente y no vio nada. No obstante, notaba que algo o
alguien lo observaba. Se volvió hacia la puerta y siguió intentando abrirla,
empero, sus esfuerzos quedaron en nada. Volvió a escuchar un sonido tras él, en
este caso le parecieron pisadas. ¡Eh, tú! –le gritaron-. ¿Qué haces ahí? J no
sabía de donde provenían las voces, pero no había lugar a equivocaciones, las
palabras iban dirigidas a él.
He visto el callejón y la puerta,
y he querido ver qué había –respondió-, ¿dónde estás? De pronto, una figura
apareció al fondo del callejón, y empezó a acercarse lentamente. J pudo
observar que era una persona joven, de facciones duras. ¿Quién eres? –dijo-.
Ciertamente, J estaba un tanto asustado, pues se encontraba en un lugar
desconocido y acorralado en un callejón sin salida. La persona se paró a un par
de metros de J. ¿Has soñado con este lugar, no? –preguntó el joven-. Si, ¿cómo
lo sabes? –respondió J-. Solo aquellos que han soñado con este lugar, pueden
transitarlo, podríamos decir que es un lugar “restringido”.
J no sabía qué pensar. Todo eso
parecía absurdo. ¿Cómo un lugar que puedes tocar y ver va a ser solamente
visible a unos pocos? No te creo –respondió-. Me llamo R, ¿cuál es tu nombre?
–preguntó-. Yo soy J. Allí estaban, dos chicos en un callejón al parecer
intransitable para aquellos que no lo habían concebido en su mundo onírico. R
se acercó a la puerta verde, puso la mano en el pomo, y la abrió con facilidad.
J no podía creérselo, lo había intentado unas diez veces sin éxito. Adelante,
esta es tu casa –dijo R-. J avanzó con paso intranquilo, observando a su
alrededor. R le cedió el paso, y cuando hubo pasado, entró tras él. Oscuridad.
No podía ver nada, pero respirar
el aire de ese lugar le oprimía el pecho. Escuchó un "clic" y se abrieron unas
tenues luces. J quedó asombrado. Estaba en una sala de unos 50 metros
cuadrados, repleta de estanterías con libros. También había unas cuantas sillas
y un par de mesas, con libros y ceniceros con colillas encima de ellas. A decir
verdad, no era muy acogedor, pero tenía algo que lo reconfortaba. Distaba
enormemente de su vida cotidiana, tan ordenada y monótona. La entropía espacial
estaba delante suyo.
¿Qué es este lugar? –dijo J-. Más
bien deberías preguntar, ¿qué no es este lugar? –respondió R-. Veras J, los que
soñamos con este callejón tenemos algo en común, y es que vivimos vidas vacías.
Necesitamos algo que nos haga sentirnos vivos, actuar como nos venga en gana y
decir lo que realmente pensamos. El mundo de que somos partícipes no deja
explotar el ser que llevamos dentro, nos impone una urdimbre de
convencionalismos sustentados en una moral que nos reprime. Es por eso que la
mente, en su momento de abstracción de esta mierda de realidad, nos facilita
una vía de escape. Este lugar. No somos los únicos J, hay unos cuantos más como
nosotros, y juntos daremos sentido a nuestra existencia, al precio que sea.
El discurso de R dejó anonadado a
J. Realmente, no sabía qué decir. Todo parecía un sueño. Pero, ¿por qué yo? –se
preguntó-. J, tu mente te conoce mejor de lo que crees, de hecho, somos
básicamente mente. El elemento físico no es más que una excusa para
desplazarnos por la materialidad. Es por eso que sabe cuándo necesitas llevar a
cabo la catarsis. Pronto llegarán los otros –dijo R-. Ahora que había luz, pudo
ver mejor a R. Era un chico delgado, de ojos azules y con una espesa barba.
Vestía una sudadera desgastada por el tiempo y unos pantalones de chándal. Le
sacaba un palmo de altura. J empezó a andar por la sala, observando con
atención las estanterías y los libros que en ellas había. Había de todo,
novelas, filosofía, historia, poesía…uno le llamó la atención. Se titulaba, “El
hombre y la muerte”, de E. Morin. Te lo recomiendo –dijo R-. Lo sostuvo en sus
manos unos instantes, y lo devolvió a su lugar.
¿Y quién falta por venir?
–preguntó J-. Justo en ese momento llamaron a la puerta. Aquí están –dijo
sonriendo R-, voy a abrir. Cuando abrió, tres figuras se adentraron en la sala.
El primero de ellos, de pelo largo, ojos verdes y tez pálida. Llevaba una
camisa verde. Detrás suyo, un chico más bajo, pelo corto y mirada perdida.
Vestía una sudadera oscura con capucha. Por último, el más alto y corpulento de
todos, un chico rubio con rasgos del este. Chicos –dijo R-, tenemos una nueva
visita. Los tres se lo quedaron mirando, y lo saludaron con la mano. Hola –dijo
J, un tanto nervioso-. Yo soy G –dijo el del pelo largo-. Yo A-dijo el rubio-.
Y yo F –dijo el más bajo-. Veréis, he estado hablando con J y he intentado
explicarle cómo es que estamos aquí, que nada es casual. Espero que podáis
ayudarme. Mejor tomemos asiento. –apuntó R-.
Los cinco se sentaron en las
sillas que había por allí desperdigadas, acercándolas a la mesa. Como sabéis,
los que aquí nos hallamos tenemos algo en común, la vida no nos atrae y
necesitamos un empujón. Además, también nos une otra cosa, la misantropía y la
falta de lazos estables. Podríamos decir que somos antisociales, tal y como
suelen decir los jodidos psicólogos. Todos esbozaron una leve sonrisa. Pero este
empujón debemos dárnoslo entre nosotros –prosiguió R-, nadie lo hará sino.
Debes saber –dijo G- que una vez entras aquí debes mantenerlo en secreto. Nadie
puede saber de la existencia de este lugar, porque la mente colectiva podría
introducirse y capturarnos. Así que ándate con cuidado, no te fíes de nadie.
Así es –añadió F- en mi entorno, nadie sabe de este lugar. Debes actuar con cautela.
A ver si lo entiendo –dijo J- ¿es
una especie de sociedad secreta? No –interrumpió R-, nada de sociedad. Somos
individuos sin ningún tipo de lazo fuera de aquí, y dentro de aquí cada uno
actúa como le viene en gana. Pensamiento y conducta libre, que te quede claro.
Lo único que nos une es el sueño que nos ha trasladado hasta aquí. Si mueres o
fracasas cuando no estamos juntos, no esperes que nadie de nosotros acuda en tu
ayuda. De pronto, A puso una mochila encima de la mesa y sacó unas botellas,
parecían cócteles molotov. Aquí los tenemos –dijo-.
Perfecto –añadió R-. G agarró uno de ellos y lo observo detenidamente. Se van a joder estos cabrones –dijo-. ¿Se puede saber qué es todo esto? –preguntó J-. G tiene asuntos pendientes con ciertas personas de su trabajo, y hemos decidido prestarle una ayudita. Espero que te apuntes. J se sentía contrariado, apenas conocía de nada a esas personas, pero la idea le motivaba. Sería una pequeña chispa en su yermo interior. De acuerdo –dijo-, contad conmigo.
Perfecto –añadió R-. G agarró uno de ellos y lo observo detenidamente. Se van a joder estos cabrones –dijo-. ¿Se puede saber qué es todo esto? –preguntó J-. G tiene asuntos pendientes con ciertas personas de su trabajo, y hemos decidido prestarle una ayudita. Espero que te apuntes. J se sentía contrariado, apenas conocía de nada a esas personas, pero la idea le motivaba. Sería una pequeña chispa en su yermo interior. De acuerdo –dijo-, contad conmigo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario