domingo, 19 de marzo de 2017

Capítulo 3: la reunión



En el sueño que había tenido horas antes aparecía un escenario similar al que se encontraba en esos instantes, lo cual le produjo un escalofrío. Cuando estuvo delante de la puerta, pudo notar que era vieja y que había sido pintada recientemente. Seguidamente, agarró el pomo con denuedo. La mano le temblaba, sudorosa, y decidió girar la muñeca para ser testigo de lo  que se encontraba tras esa frontera de madera.

No pasó nada.

La puerta estaba cerrada, y por mucha fuerza que hiciera J, no iba a abrirse. De pronto, escuchó un ruido a sus espaldas. Se giró abruptamente y no vio nada. No obstante, notaba que algo o alguien lo observaba. Se volvió hacia la puerta y siguió intentando abrirla, empero, sus esfuerzos quedaron en nada. Volvió a escuchar un sonido tras él, en este caso le parecieron pisadas. ¡Eh, tú! –le gritaron-. ¿Qué haces ahí? J no sabía de donde provenían las voces, pero no había lugar a equivocaciones, las palabras iban dirigidas a él.

He visto el callejón y la puerta, y he querido ver qué había –respondió-, ¿dónde estás? De pronto, una figura apareció al fondo del callejón, y empezó a acercarse lentamente. J pudo observar que era una persona joven, de facciones duras. ¿Quién eres? –dijo-. Ciertamente, J estaba un tanto asustado, pues se encontraba en un lugar desconocido y acorralado en un callejón sin salida. La persona se paró a un par de metros de J. ¿Has soñado con este lugar, no? –preguntó el joven-. Si, ¿cómo lo sabes? –respondió J-. Solo aquellos que han soñado con este lugar, pueden transitarlo, podríamos decir que es un lugar “restringido”.

J no sabía qué pensar. Todo eso parecía absurdo. ¿Cómo un lugar que puedes tocar y ver va a ser solamente visible a unos pocos? No te creo –respondió-. Me llamo R, ¿cuál es tu nombre? –preguntó-. Yo soy J. Allí estaban, dos chicos en un callejón al parecer intransitable para aquellos que no lo habían concebido en su mundo onírico. R se acercó a la puerta verde, puso la mano en el pomo, y la abrió con facilidad. J no podía creérselo, lo había intentado unas diez veces sin éxito. Adelante, esta es tu casa –dijo R-. J avanzó con paso intranquilo, observando a su alrededor. R le cedió el paso, y cuando hubo pasado, entró tras él. Oscuridad.

No podía ver nada, pero respirar el aire de ese lugar le oprimía el pecho. Escuchó un "clic" y se abrieron unas tenues luces. J quedó asombrado. Estaba en una sala de unos 50 metros cuadrados, repleta de estanterías con libros. También había unas cuantas sillas y un par de mesas, con libros y ceniceros con colillas encima de ellas. A decir verdad, no era muy acogedor, pero tenía algo que lo reconfortaba. Distaba enormemente de su vida cotidiana, tan ordenada y monótona. La entropía espacial estaba delante suyo.

¿Qué es este lugar? –dijo J-. Más bien deberías preguntar, ¿qué no es este lugar? –respondió R-. Veras J, los que soñamos con este callejón tenemos algo en común, y es que vivimos vidas vacías. Necesitamos algo que nos haga sentirnos vivos, actuar como nos venga en gana y decir lo que realmente pensamos. El mundo de que somos partícipes no deja explotar el ser que llevamos dentro, nos impone una urdimbre de convencionalismos sustentados en una moral que nos reprime. Es por eso que la mente, en su momento de abstracción de esta mierda de realidad, nos facilita una vía de escape. Este lugar. No somos los únicos J, hay unos cuantos más como nosotros, y juntos daremos sentido a nuestra existencia, al precio que sea.

El discurso de R dejó anonadado a J. Realmente, no sabía qué decir. Todo parecía un sueño. Pero, ¿por qué yo? –se preguntó-. J, tu mente te conoce mejor de lo que crees, de hecho, somos básicamente mente. El elemento físico no es más que una excusa para desplazarnos por la materialidad. Es por eso que sabe cuándo necesitas llevar a cabo la catarsis. Pronto llegarán los otros –dijo R-. Ahora que había luz, pudo ver mejor a R. Era un chico delgado, de ojos azules y con una espesa barba. Vestía una sudadera desgastada por el tiempo y unos pantalones de chándal. Le sacaba un palmo de altura. J empezó a andar por la sala, observando con atención las estanterías y los libros que en ellas había. Había de todo, novelas, filosofía, historia, poesía…uno le llamó la atención. Se titulaba, “El hombre y la muerte”, de E. Morin. Te lo recomiendo –dijo R-. Lo sostuvo en sus manos unos instantes, y lo devolvió a su lugar.

¿Y quién falta por venir? –preguntó J-. Justo en ese momento llamaron a la puerta. Aquí están –dijo sonriendo R-, voy a abrir. Cuando abrió, tres figuras se adentraron en la sala. El primero de ellos, de pelo largo, ojos verdes y tez pálida. Llevaba una camisa verde. Detrás suyo, un chico más bajo, pelo corto y mirada perdida. Vestía una sudadera oscura con capucha. Por último, el más alto y corpulento de todos, un chico rubio con rasgos del este. Chicos –dijo R-, tenemos una nueva visita. Los tres se lo quedaron mirando, y lo saludaron con la mano. Hola –dijo J, un tanto nervioso-. Yo soy G –dijo el del pelo largo-. Yo A-dijo el rubio-. Y yo F –dijo el más bajo-. Veréis, he estado hablando con J y he intentado explicarle cómo es que estamos aquí, que nada es casual. Espero que podáis ayudarme. Mejor tomemos asiento. –apuntó R-.

Los cinco se sentaron en las sillas que había por allí desperdigadas, acercándolas a la mesa. Como sabéis, los que aquí nos hallamos tenemos algo en común, la vida no nos atrae y necesitamos un empujón. Además, también nos une otra cosa, la misantropía y la falta de lazos estables. Podríamos decir que somos antisociales, tal y como suelen decir los jodidos psicólogos. Todos esbozaron una leve sonrisa. Pero este empujón debemos dárnoslo entre nosotros –prosiguió R-, nadie lo hará sino. Debes saber –dijo G- que una vez entras aquí debes mantenerlo en secreto. Nadie puede saber de la existencia de este lugar, porque la mente colectiva podría introducirse y capturarnos. Así que ándate con cuidado, no te fíes de nadie. Así es –añadió F- en mi entorno, nadie sabe de este lugar. Debes actuar con cautela.

A ver si lo entiendo –dijo J- ¿es una especie de sociedad secreta? No –interrumpió R-, nada de sociedad. Somos individuos sin ningún tipo de lazo fuera de aquí, y dentro de aquí cada uno actúa como le viene en gana. Pensamiento y conducta libre, que te quede claro. Lo único que nos une es el sueño que nos ha trasladado hasta aquí. Si mueres o fracasas cuando no estamos juntos, no esperes que nadie de nosotros acuda en tu ayuda. De pronto, A puso una mochila encima de la mesa y sacó unas botellas, parecían cócteles molotov. Aquí los tenemos –dijo-.

Perfecto –añadió R-. G agarró uno de ellos y lo observo detenidamente. Se van a joder estos cabrones –dijo-. ¿Se puede saber qué es todo esto? –preguntó J-. G tiene asuntos pendientes con ciertas personas de su trabajo, y hemos decidido prestarle una ayudita. Espero que te apuntes. J se sentía contrariado, apenas conocía de nada a esas personas, pero la idea le motivaba. Sería una pequeña chispa en su yermo interior. De acuerdo –dijo-, contad conmigo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario