viernes, 28 de abril de 2017

Hipòlita



Et veig i et sento,
t'aprecio en la teva essència.
Puc concebre un món amb tu
i la teva única presència...

La teva figura mai m'esgota,
i és que no puc parar de deleitar-me
únicament amb observar-te.

Tinc por a parlar-te, a entendre't,
no vull perdre la utòpica visió
concebuda des de la llunyania.

El caràcter que mostres et fa especial i única...
Juntament amb la teva melena magenta
i la teva esvelta figura, fan de tu
una deessa grega.

Et mostres distant i introvertida;
cosa que m'agrada i m'inquieta alhora.
Ets com Hipòlita, valenta i amb personalitat,
de tu es desprèn la seva bella imatge
amb un toc de realitat.

T'imagino en els meus somnis,
corrents en els més complexos moments,
amb la valentia pròpia d'una guerrera,
amb la teva força i energia imperant.

Independent i forta romanent,
en aquest món perillós,
on la única certesa verídica
és la meva personalitat anímica.

Faria tabula rasa,
però se que el desig se'm consumiria,
cosa, que m'és impossible d'imaginar,
t'ho juro... Abans l'ànima em faria matar!

Concebo un món amb tu, bella reina Amazona,
on les petjades mai s'esborrarien,
ni el desig s'esgotaria,
un món infinit de sentiments,
on m'hi assentaria permanentment.

La teva atenció em faria massa il·lusió,
com per continuar en aquest camí de solitud,
encara que no sabria com reaccionar,
poder és que sóc massa poruc...

T'aprecio des de la distància,
gaudint de la teva bellesa
i la teva fornida imatge,
amb una afecció pròpia d'un somni.
I és que ets la meva predilecció entre la munió.

viernes, 14 de abril de 2017

Compañeras de piso





Apenas era consciente de mi alrededor, notaba como la plenitud de mi ser iba fraguándose, encerrándose; envolviéndose en un sueño meloso y cercano cuando, de pronto, un hecho inesperado suscitó mi atención. Me encontraba solo en la habitación cuando, súbitamente, mi corazón se apoltronó para con mis venas que, latiendo a un ritmo exacerbado, trataban de dar sentido a aquella situación.

Estaba resquebrajado en mi cama, enrollado entre gruesas mantas de un color grotesco, cuyas mejores virtudes eran las de darme un calor distante y pegajoso, cuando de repente, tuve la necesidad de mirar hacia arriba. Y es que, sobre el resquicio de la pared, casi llegando al techo, se deslizaba un algo, o un alguien, que contrarrestaba visiblemente con el tono de las desgastadas paredes rugosas color blanco; un blanco sucio.

Una cucaracha, de un tamaño considerable, caminaba patizamba dirigiéndose directamente hacia la esquina más oscura de mi cuarto. Al principio no supe que hacer, y no, no por el hecho de no saber si aplastarla con mi zapatilla de estar por casa, sino porque realmente no-sabía-qué-hacer.

Avanzaba muy lentamente, su color era vívido, casi se confundía con su propia sombra. Reptaba sobre la pintura de un modo extraño; ambivalente, cual borracho que, habiendo ya cerciorado todos los vestigios de la aurora, no tiene más remedio, no tiene más opción, que volver a casa entre lamentos internos que se ahogan con el propio alcohol.

Supe en ese momento que debía matarla, fue en ese preciso instante cuando lo supe, viendo cómo aquel bicho nauseabundo movía sus antenas de un modo burlesco, mientras avanzaba sin vida; sin aura, casi arrastrando su propio peso, más el de miles de crías que seguramente llevaba en aquel fétido vientre cascareo y crujiente.

Me acerqué a ella.

No hubo respuesta. Con súbita indiferencia siguió su camino mientras que yo me hallaba, a la sombra del flexo. Con un gustacho a tabaco que levitaba, por entre la sinuosa silueta de la atmósfera de aquel habitáculo, y que se clavaba dentro de mis cabelleras. Estaba allí erguido; desplantado. Sólo me separaban de ella, o él, un escritorio que ya nada tenía de mío y unos, varios metros de alto.

Pensé, -es ahora, saltaré, primero me agazaparé y después saltaré, asestándole un golpe definitivo, un manotazo duro y así; así la mandaré al infierno-, pero reflexioné un instante antes de realizarme; -si lo hago, si salto de manera imprecisa, y aun así la mato, la reviento con mi zapatilla de estar por casa, quizá caiga sobre mis cabellos, quizá ya estando muerta, se parapete de mí. Quizá se vengue de mí provocándome la más fría náusea al impactar ya muerta sobre mi cabeza-.

No. Disipé aquellos pensamientos absurdos con un gesto de altivez que, venía de la mano de un impulso secundario que, a su vez y poco a poco, se fue tornando en un haz de realización cuando mis músculos comenzaron a moverse y mi cuerpo, agazapándose, fue tomando fuerza sobre sus propias piernas. Tobillos doblados, rodillas arqueadas, cintura parcialmente girada para realizar un giro de unos treinta grados e imprimir un salto fugaz; un golpe helado, y el bicho-nauseabundo-que-merece-morir, perecerá a su destino.

Así pues, las fuerzas que mis músculos y mis articulaciones conjuntamente habían desplegado sobre mi propio cuerpo, hicieron que me trastabillara profundamente. Ya en el aire realicé una cabriola exquisita y, soltando mi arma, mi poderosa máquina de matar, me vi incapaz de asestar, de acometer tal empresa asesina cuando observé; dilucidé, que la cucaracha cambiaba su rumbo totalmente.

Había cambiado su dirección, lentamente, muy lentamente, había girado sobre sí misma, y volvía por el mismo resquicio, por entre la pared y el techo que se dibujaba sombriamente sobre mi figura, cual contorno que separa todo-lo-que-es, y lo que es también pero de una manera incorpórea. Me sentía impotente, ¿acaso ese bicho era mejor que yo?, no había tiempo para trascendencias filosóficas pues, como alma que lleva el diablo, me agazapé, saliendo de la habitación, cuya puerta estaba entornada, con una velocidad de escándalo. Mi sorpresa fue tal, cuando descubrí tamaña situación inesperada cerniéndose ante mis ojos ataviados y súbitamente cansados. Sobre el suelo de la cocina, al lado de restos de no sé qué materia orgánica o no en concreto, reposaba otra cucaracha.

Se trataba de un bicho de unos colores un tanto verdosos, era alargada y parecía joven, sus dos antenas se movían con más vigor, al igual que su cuerpo que, al ver mi figura torpona, ciñéndose por entre el marco de la puerta, se escurrió por el margen de las baldosas, huyendo en último momento, como cada cosa que he conocido en la vida; de mis pensamientos casi siempre no honestos.

¿Qué podía hacer? ¿Debía focalizar mis instintos asesinos en aquella cría de insecto, o, debía volver sobre mis pasos y acabar con la gorda y torpe cucaracha que compartía habitación conmigo, y que apenas había avanzado en su vuelta atrás?

Las maté. Las maté a las dos, aplasté con mi pie, más bien con mi calcetín sudado y haraposo aquel segundo bicho, más joven y coloreado; más delgado y veloz. Y después, con fría calma, volví sobre mis pasos, arremetiendo, canalizando mi ira, sin pensar; sin simbolizar en mi mente más que un pensamiento abstracto, de color rojizo como la cucaracha, pero de un tinte oscuro, plagado de tonalidades negras, que se concretó en el momento en el que aplasté con mi mano, aquel redondo y crujiente, aquella bolita articulada y pesada que, sin saber qué pasaba, huía de la luz de una manera pomposa y poco sutil.

lunes, 3 de abril de 2017

Relato de una mañana de verano





Instantes después de despertarme de un sueño que aparentemente había sido sumamente placentero,decidí aprovechar los primeros rayos de luz de esa mañana estival bajando a la piscina comunitaria que había en el jardín de la urbanización. Nadie estaba tomando el sol en el césped húmedo por el rocío matinal, estaría solo allí abajo relajado sin que ninguno de los niños maleducados e impertinentes del bloque A me molestara tirando agua o gritando sandeces infantiles. Entonces cogí mi toalla, las gafas de sol y un libro de la colección personal de mi madre que sinceramente no entiendo como llegó a mis manos, pero que no obstante, estaba totalmente enganchado en su trama característica de la novela negra.

Justo cuando iba a coger las llaves para salir por la puerta decidí echar un último vistazo por la ventana al jardín para comprobar que estaría completamente solo, distinguí una silueta esbelta saliendo del portal del bloque de enfrente de mi piso; vi perfectamente de quien se trataba, era la chica que vivía en el tercero segunda de aquel edificio, vestía únicamente un bikini color turquesa que se ceñía delicadamente a sus pechos junto con un par de chanclas tipo hawaianas del mismo color de alguna marca pija con la bandera brasileña. llevaba consigo una bolsa de playa de esparto colgada del hombro y sus ojos verdes quedaban ocultos tras unas gafas ray-ban. Quedé completamente hipnotizado por la escena que estaba pasando delante de mis ojos -aún medio adormecidos- des de el momento en que salió del portal, y la suave brisa veraniega acarició su media melena morena y su tez pálida y pecosa.  Hasta ese momento estaba completamente seguro de que quería bajar a disfrutar de un refrescante baño en la piscina pero entonces me empecé a sentir titubeante, como nervioso, me asaltaron las dudas de si bajar o no mientras ella estiraba la toalla en la hierba donde estaba dando el sol mas intensamente e inmediatamente después sacó un bote de protector solar y se lo empezó a aplicar sensualmente por su vientre.

Ya no sabía que hacer, si bajaba estaría a solas con aquella chica y tendría que entablar una conversación algo incomoda (al menos para mí) que seguramente empezaría con un “hola que tal” seguido de una serie de preguntas estúpidas y obvias del estilo “Hace buen dia hoy ¿eh?” o “¿Sabes si este año van a poner hamacas y sombrillas en la parte ancha del césped?”-de hecho la segunda me parecía especialmente estúpida, ya que mi padre era el presidente de la comunidad y sabía de antemano que la petición había sido denegada en la junta vecinal y además con una aplastante mayoría. - Finalmente me decidí a bajar, aunque pensé en cambiar mi libro desconocido por algo más famoso con lo que se pudiera hablar de algo en el caso de que ella se interesara por mi lectura. Elegí coger 1984 de Orwell, que aunque era un poco “mainstream” podía pavonearme y aparentar ser un lector intelectual, vamos, un tipo interesante.

Dentro del ascensor coloqué cuidadosamente mi flequillo hacia el lado y bajé algún que otro pelo alborotado que sobresalía encima de la oreja. cuando llegué al césped del jardín me quité las chanclas y planté mi toalla a una distancia suficientemente lejos como para no parecer un acosador pero lo suficientemente cerca para entablar alguna conversación. Después de sacarme el móvil del bolsillo del bañador y de dejar el libro sobre la toalla saludé con una media sonrisa e intentándome mostrar simpático y agradable, ella giró la cabeza y respondió con un “hola” bastante frío que sonó francamente distante, lo que me persuadió bastante de iniciar alguna conversa con ella. Me quité la camiseta y me tiré de cabeza a la piscina. Cuando me tiro siempre se me hace eterno el tiempo que estoy bajo el agua antes de volver a salir para respirar y mi consciencia aprovecha para asaltarme con infinidad de cuestiones, a veces sumamente superficiales como si hoy voy a comer pasta o mejor me pido un kebab por teléfono. Otras veces me vienen a la cabeza en que sentido tengo encaminado mi vida, si realmente vale la pena luchar por mis convicciones, pero todo se desvanece antes de ser respondido una vez saco la cabeza del agua y respiro profundamente llenando mis pulmones de aire y del intenso aroma a cloro que flota por encima de la piscina a causa de la indecente cantidad de pastillas antisépticas que introducen los jardineros para desinfectarla de bacterias y algas. Nadé sin cansarme demasiado hasta el borde de piedra blanca y una vez allí me hice unos largos para calentar un poco el cuerpo, ya que el agua de la piscina estaba bastante fría. Me dí cuenta que me había olvidado por completo de la vecina y miré de reojo por curiosidad, para saber qué estaba haciendo. Simplemente estaba tomando el sol, en la misma posición en la que estaba en el momento en el que llegué. 

Debido a su falta de interés en mi dejé estar el tema y empecé a bucear mientras me planteaba lo que iba a hacer aquella misma tarde después de comer, mis amigos tenían previsto colarse en el campo de futbol municipal y hacer una pachanga contra nuestra banda rival del pueblo, siempre habíamos pensado que era mejor solucionar nuestros problemas en la cancha que a golpes de puño aunque había veces que el conflicto violento era inevitable, nosotros representábamos una manera de concebir la vida y ellos eran todo lo opuesto, y eso se podía observar incluso en su estilo de juego con el balón, que nosotros despreciábamos profundamente. Es curioso como existía un respeto e incluso una empatía con el grupo “enemigo” cuando aparentemente nos odiábamos con mucha intensidad, pero finalmente te acabas dando cuenta que el juego de los polos opuestos es necesario en la vida de un animal social, y nosotros no éramos otra cosa que una manada salvaje de animales sociales. El conflicto nos cohesionaba y nos hacía compartir un fin común, no se si llamarlo fin, tal vez se acercaría más la palabra ideología.

Cuando llegué al campo de futbol saludé a mis compadres sonriente y con aire despreocupado mientras sacaba las botas de la mochila. Nos conocíamos los unos a los otros des de hacía años y éramos casi como hermanos, así que notaron rápidamente que yo tenía algo que contar. Por mi parte, tampoco hice ningún esfuerzo por ocultarlo, realmente me moría de ganas de contar a quién me había encontrado por la mañana en la piscina y lo conté con todo tipo de detalles, algunos de los cuales inventados para producir alguna que otra risa entre mis amigos así como alguna traza de envidia. Juan intervino en la conversa justo cuando acabé mi relato para anunciar que los “capullos de la zona alta” no se iban a presentar porque habían hecho una barbacoa en casa de uno de ellos y al parecer se encontraban “indispuestos” a causa de la cantidad indecente de cerveza que se habían bebido. Ahora tocaba mostrar nuestra indignación insultándolos entre todos y comentando lo rastreros que eran. Contando todos los miembros de la panda no éramos más de seis así que no pudimos jugar ningún partido, tan solo nos agenciamos una portería y nos pusimos a practicar saques de esquina.


Al rededor de las ocho y media empezó a ponerse el Sol y nos apetecía ir a tomar unas cañas al bar antes de volver a casa para la cena; Marcos y Javi no podían quedarse a cenar y todos nos solidarizamos con ellos y quedamos que durante aquella semana haríamos alguna barbacoa con abundante cerveza y, a lo mejor, un canutillo. Me despedí de todos ellos y entré en mi coche, lo arranqué y puse la radio, estaba sonando Lady Writter de los Dire Straits, así que subí el volumen hasta que dejé de oír el traqueteo del motor diesel y salí del aparcamiento con las ventanas bajadas cantando la letra de la canción sin entonar demasiado.